jueves, 23 de septiembre de 2021

 

Cuentos para entretener            8

Cada mañana salíamos a comprar el pregonero, a visitar a mi mamá Cecilia Filomena o a una heladería del centro de San Fernando, y cuando pasábamos frente al cañito y veíamos el palacio de los Barbarito, mi papá Tomás me contaba que cuando los Barbarito tenían su emporio, ellos también traficaron con el negocio de las plumas de garza, y él cómo añoraba aquel tiempo de las plumas de garzas, de cuando él las recogía en suelos y lagunas de los garceros, para luego venderlas, y contaba de cómo debía cuidarse de los campos volantes, que eran capaces de hasta matar a los que conseguían cazando garzas sin medida; si nos llegaba el mediodía o las horas de la tarde, bajo soles apureños y él enfilaba hacia la heladería, me decía: Vamos hasta la heladería, para comprar una barquilla de dos tonos..., así él decía de los helados de chocolate y mantecado, a mí también me gustaba y me sigue gustando ese helado de dos tonos... Ahora en mis recuerdos, cuando releo la novela Doña Bárbara, escrita por nuestro genial Rómulo Gallegos, me detengo ante las líneas donde relata y pinta una nota de los garceros de nuestras sabanas llaneras: El garcero es un monte nevado al amanecer. Sobre los árboles, en los nidos colgados en ellos y en torno al remanso, la blancura de las garzas a millares, y por donde quiera, en las ramas de los dormitorios, en los borales que flotan sobre el agua fangosa de la ciénaga, la escarcha de la pluma soltada durante la noche, con el alba comienza la recolecta. Los recogedores salen en curiaras, pero terminan echándose al agua y con ella  a la cintura, entre babas y caimanes, rayas, tembladores y caribes, desafían la muerte gritando o cantando, porque el llanero nunca trabaja en silencio. Si no grita, canta... Y asimismo me quedo en suspenso, cuando releo estas líneas que aparecen en Maisanta, un hombre a caballo..., escrita por el barinés José León Tapìa, donde narra y describe aquellas crueles matanzas de garzas: Un día comenzó en el mundo el furor de la pluma de garza. Las mujeres de Europa, los modistos de París, la codiciaban para adornos y la codicia se vino al llano donde viven las garzas. Un quintal de plumas valía una fortuna y la fortuna estaba en los garceros... Los tiros de escopetas barrieron las aguas del estero, matando las garzas sin distinción, aunque fueran pichonas, las más solicitadas por sus plumas sedosas y frágiles, tan hermosas para sombreros de mujeres. A las siete de la mañana no quedaba un animal vivo en los esteros de Los Borales. Solamente los cuerpos de garzas blancas, las chusmitas. Garzas azulosas, las morenas. Garzas rosadas, las paletas. Garzas negras, las zamuritas. Garzas rojo escarlatas, las corocoras, coloreaban sobrenadando la superficie verdiazul de las aguas... Cuando clareaba la madrugada con el lucero becerrero que alumbra a los ordeñadores, los hombres de Humberto Gómez, pintadas las caras negras con el hollín del fondo de los calderos, le cayeron por sorpresa al garcero de Los Borales. Los celadores del hato y del fisco colombiano desperezaban el sueño con los bostezos del amanecer, cuando fueron encañonados. Con el arrebol de un sol gigante comenzaron los asaltantes a cargar los enormes sacos de plumas en las carretas de mula...

                                                                  Adelfo Morillo

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