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jueves, 3 de marzo de 2016

Un lugar para la poesía


Un lugar para la poesía

        La Alcaldía del Municipio Francisco de Miranda mandó a imprimir y a publicar la antología Vegueros, Poetas de Calabozo, en los talleres de Industria Gráfica Integral, C. A., en Maracay, a los dieciocho días del mes de julio de 2004; y las páginas iniciales 5, 6 son escritas por el Cronista vitalicio de la Villa de Todos los Santos, José Antonio Silva Agudelo,  cuerpo terrestre con alma celeste, según imagen escrita en una de las páginas del libro El retorno de Ulises del poeta caraqueño Faisal Zeidán; y el nombre que le da José Antonio a esas líneas como forma de prólogo a Vegueros es

Un lugar para la poesía

       Calabozo es tierra de poetas. Desde el nacimiento de su esplendor, con el solo decir de  Lucas Guillermo Castillo Lara, ya estaba anunciado que la antigua villa sería lugar para la síntesis de la belleza a través de las palabras: Venía la noche y nacían las estrellas. Venía el alba y todo era Sol. Peros todos se preparaban para una mañana. Alba y noche. Estrella y Sol. El polvo era igual en las pisadas, como era igual el cansancio  de los cuerpos derrumbados.
       En esa lúcida y poética imagen, el cronista resume las fuerzas que los hombres de otrora le entregaron a Calabozo, continuada en los que navegaron entre las palabras y sus reflejos, presentes en esta antología.
       El misterio de su nombre, la presencia plural del santoral y el carácter humanístico de sus pioneros, trajeron estas savias verbales. Mucho antes, con la mirada puesta en el ocaso, algún hombre abrió la boca para pronunciar el asombro, pero luego, como para dejar sentada la felicidad de aquél, vinieron los poetas a decir del paisaje, de los accidentes geográficos, de la flora y la fauna, del hombre y sus asuntos campesinos.
      La presencia de una sociedad culta, de una burguesía de la tierra y del poder de la Iglesia, así como de una universidad en los comienzos de su consolidación como ciudad, le dieron a Calabozo el nombre de sitio de la poesía.
       No en vano el poeta mayor de la Venezuela rural, Francisco Lazo Martí, sigue siendo referencia en antologías y en estudios académicos para entender el significado de la tierra y sus hombres, de su intimidad al referirse al sentido poético de su nacimiento.
       Luego, a una distancia no muy considerable, Luis Barrios Cruz hunde su voz en el nativismo que le dio resonancias nacionales. La infancia de su palabra fue la infancia en su memoria. Su amor a la tierra que lo vio nacer quedó impresa en toda su obra poética.
       Ángel Bernardo Viso, apegado también al friso de su experiencia como viajero, hizo de su trabajo poético asunto de honor, en el que Calabozo, pequeños detalles de su nacimiento y tránsito, desvelaron a quien hoy es un sólido nombre en la creación verbal.
       Más universal, atado a la mirada de sus diferentes lecturas, Alfredo Coronil Hartmann escribió una poesía donde el mundo se traslada de un lugar a otro, pero también refiere su tiempo llanero, sus andanzas de niño por las calles de la ciudad colonial.
       Una mirada totalmente diferente del llano tuvo Efraín Hurtado, quien rompió con la metáfora de la tradición. Hizo una obra desde su sufrimiento personal, desde la condena de un cuerpo enfermo, pero también hizo de su lar nativo una fugacidad en las imágenes, en la fuerza íntima de su apego con la mirada de quien sabe que la poesía se mueve con el tiempo.
       Alberto Hernández es una voz de múltiples recursos. Una poesía universal, cosmopolita, lo avienta hacia el lugar de origen. Sin escatimar riesgos y esfuerzos, este poeta ha abordado la creación como una hermosa aventura donde la palabra es un festejo, un estado anímico donde no falta la experiencia vivida y por vivir.
       La última de esta lista antológica, Mercedes Ascanio, tiene como referente el lugar más cercano de la infancia, la casa, el lugar en el que la madre sigue siendo una presencia inevitable más allá de la muerte. Su morada de la calle 3 es imagen obligatoria en su naciente trabajo poético.
       Calabozo los recoge a todos como hijos inquebrantables de su memoria. La poesía sigue siendo en nuestra Villa de Todos los Santos un ejercicio amoroso próximo a lo que somos los que aquí vivimos…