Andanza por nuestro
idioma 44
Salimos a caminar en esta mañana de
domingo, del latín dominicus dies,
día del Señor, en significación cristiana, y una parte de los católicos asumen
el deber de acudir a misa cada domingo, para honrar y alabar a Dios… Yo soy
católico y lector de los evangelistas, y ellos nos escriben que Jesús dijo que
para hablar con Dios basta con tomarse un sitio y un momento a solas, que no
hace falta ir a misa, que tal acto es opcional de la persona creyente… Yo
cuando voy a misa lo hago con respeto y escucho con atención, para intentar
llevar a la práctica los mensajes de bien que en ella dice el sacerdote, pero
no soy asiduo asistente, porque agradezco a Dios y converso con Él en algún
sitio y cada día…
El domingo en la iglesia y sus entornos
huele a fiesta bendita, a Eucaristía, a bautizos, comuniones, confirmaciones, y
a tantas otras cosas gratas o ingratas… En todo lugar el domingo para los niños
y jóvenes y para los adultos también es juegos, trompos, papagayos, cometas o
volantines, metras, y ahora lo llenan de videojuegos, de facebook, twit, e-mail,
mensajes de texto, chateos y demás innovaciones de la tecnología telefónica y
computarizada…
Hoy domingo antes de sentarme a escribir
estas líneas, leí un momento el libro que comencé ayer en la tarde Ana en Venecia, cuyo argumento es la
historia de varios personajes que confluyen en Venecia, y entre ellos Ana, la
criada de la familia Mann, a que pertenece Thomas Mann, novela narrada y
descrita por el brasilero Joao Silvério Trevisan, periodista, guionista de
películas, traductor…
El domingo para mí se viste de cualquier
cosa que me produzca agrado y alegrías; puedo estar en una piscina, en la
orilla de un río pescando y bañándome, o quizás miro algunas películas, leo,
escribo o escucho música; puedo irme de paseo o de viaje con María y Fabio, o
también tengo visitas de mis hijos que vienen de Caracas o de San Cristóbal, y
entonces pasamos el día jugando dominó y cartas; en buen castellano empleo el
ocio dominguero para no fastidiarme, sino para sumar momentos alegres a mi
tiempo de vida…
Y el domingo en la tarde del doce de
agosto de dos mil doce estaba acostado esperando el inicio de la ceremonia de
clausura de los Juegos Olímpicos, eran las tres y quince minutos, cuando me
llamó mi sobrino Wismar, para decirme que a mi mamá Cecilia Filomena le había
dado un infarto, que Pina y Bexy la estaban llevando para el hospital, me vestí
muy rápido, me monté en el carro y me dirigí al hospital, llegué y mirando la
cara y muestras de llanto y dolor, comprendí que mi mamá se nos había ido de
nuestras vidas; sí, los domingos los podemos dejar para las alegrías, pero son
tantas las veces que el domingo nos tiñe momentos con grandes dolores y
tristezas…