Shakespeare
¿A un día de verano compararte?
Más hermosura y suavidad posees:
Tiembla el brote de mayo bajo el viento
y el estío no dura casi nada…
Cuando contemplo los árboles desnudos
del ramaje que dio sombra a los rebaños
y las mieses del estío agavilladas
cual cadáver sobre el campo mortuorio,
me pregunto qué será de tu belleza,
pues también a ti ha de vencerte el tiempo…
Era la alondra que anunciaba la mañana
y no el ruiseñor. Mira, amor mío,
cómo los celosos rayos de luz
dibujan la silueta de las nubes
allá, por el oriente:
se han apagado las velas de la noche
y el día alegre despunta entre las cumbres…
Narcisos,
que llegan antes que la golondrina,
y pueblan de belleza los vientos de marzo,
violetas marchitas,
pero más dulces que los párpados de Juno
o la respiración de Citerea…
Ven, dulce noche; ven, noche amante y sombría,
tráeme a mi Romeo; y cuando él muera,
córtalo en estrellas diminutas,
y volverá tan bella la bóveda celeste
que el mundo entero se enamorará de la noche…
Miren, mujeres mías:
la corona del mundo se ha fundido. ¡Mi Señor!
¡Oh! El laurel de la guerra está marchito,
ha caído la estrella polar de los soldados:
los adolescentes se igualan con los hombres,
los mejores se han ido,
y no queda ya nada que merezca la pena
bajo el impulso de la luna…
Nuestras fiestas acaban. Estos actores nuestros,
como predije, solo eran espíritu,
y se han esfumado en el aire, en finísimo aire.
Y, lo mismo que la trama infundada de esta visión,
los solemnes templos, el gran Globo incluso,
todo ello se disolverá,
y, al igual que este espectáculo desvanecido,
no dejará tras de sí ninguna huella.
Somos de la materia de que están hechos los sueños;
y nuestra pequeña vida al dormirnos se completa…
Estos versos pertenecen al poeta inglés
William Shakespeare, nacido en Stratford-upon-Avon el 23 de abril de 1564,
muere en esa misma ciudad el 23 de abril de 1616.
