Andanza por nuestro
idioma 74
A mí me criaron Tomás Morillo y María Catalina
de Morillo, mis abuelos maternos, yo les decía papá y mamá… Cuando yo era
muchacho como hasta los doce años, anduve con mi papá, caminábamos y hasta mis
ocho años también anduvimos en canoa, agua arriba y agua abajo por el Apure…
Cuando caminábamos hacia el Tamarindo, pasábamos por una heladería, entrábamos
y él pedía dos posicles, yo pedía una barquilla de chocolate y mantecado,
porque eran y siguen siendo mis sabores preferidos, él lo pedía de dos tonos,
dos sabores… Cada mañana salíamos de nuestra casa en El Picacho, a orillas del
Apure, para ir a comprar el pregonero, el periódico; y cuando andábamos en la
canoa, él canaleteaba y yo palanqueaba… Y cuando él miraba a un vendedor de
helados, pedía dos comodoros, raspados o
cepillados de colita, a nosotros nos gustaba el de colita, y también el de
tamarindo… Como yo era el muchacho de la casa, él me decía mi bordón, para
significar que yo era el pequeño y el consentido… Siempre él andaba con la idea
de ir a tumbar una roza, que consiste en limpiar un pedazo de tierra,
prepararlo y sembrar maíz, frijol o caraota, él me llevó a tumbar una, limpió
varias tareas con machete, pero después no volvimos más… En algún momento tuvo
un trapiche, y siempre me contaba de esas faenas, y soñaba con volver a tener
otro… Él también tocaba arpa, en mis tiempos de muchacho yo no le prestaba
mucha atención, pero ahora disfruto escuchar música de arpa, y me acuerdo de mi
papá…Allá en El Picacho lo miré matando tortugas en el patio de la casa,
trabajando carpintería y labores de ribera, para hacer y reparar canoas, bongos
o chalanas, frente a la casa, desde el barranco pescaba con anzuelo, y mientras
tanto yo me distraía mirando el surgir y zambullir de las toninas, mi papá me
decía que las toninas tenían tetas como las de una mujer, y que también
lloraban, eso no lo sé, lo que sí sé es que todavía cuando voy a Apure, me
gusta esperar el surgir y zambullir de las toninas, y cuando eso sucede me
acuerdo de mis tiempos de muchacho, pero sin nostalgia, y disfruto ese momento
para guardarlo en el lugar de mis instantes más gratos… En tiempos de Semana
Santa me invitaba para que fuéramos al monte, y ahí buscaba el árbol de buena
madera zumbadora, para con ella hacerme los trompos, él me enseñó a bailarlos y
a agarrarlos bailando en la mano; a mi papá le gustaba bastante jugar caída, y
cómo disfrutaba, y cuando estaba contando las cartas, y nosotros hablábamos,
nos mandaba a callar, porque lo hacíamos encalamocar; en el Diccionario de Venezolanismos, editado por la Academia Venezolana de la Lengua y la Universidad
Central de Venezuela, 1983, en Caracas, encontramos encalamocarse, encalamucarse, con la
idea de confundirse, desorientarse,
desatinar en lo que se dice o hace…