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lunes, 13 de julio de 2015

Cada aurora es un prólogo

Cada aurora es un prólogo

       Cada aurora es un prólogo a tantas cosas menudas o a cosas inmensas de asombro que van aconteciendo en nuestro permanente presente continuo…

       Jorge Luis Borges en el Prólogo, a su libro El Oro de los tigres, escribe en Buenos Aires, 1972

       De un hombre que ha cumplido setenta años que nos aconseja David poco podemos esperar, salvo el manejo consabido de unas destrezas… La parábola sucede a la confidencia, el verso libre o blanco al soneto. En el principio de los tiempos no habrá habido cosas poéticas o prosaicas. Todo sería un poco mágico. Thor no era el dios del trueno; era el trueno y el dios.
       Para un verdadero poeta, cada momento de la vida, cada hecho, debería ser poético, ya que profundamente lo es.
       Si me obligaran a declarar de dónde proceden mis versos, diría que del modernismo, esa gran libertad, que renovó las muchas literaturas cuyo instrumento común es el castellano… Creo, por lo demás, que debemos recalcar las afinidades de nuestro idioma, no sus regionalismos.
       Un idioma es una tradición, un modo de sentir la realidad…

       Seguramente una de las más oportunas destrezas es saber comprender el disímil mundo en que nos desenvolvemos en cada momento de nuestra vida cotidiana, y el mundo es cada una de las personas y circunstancias en la naturaleza.
       Desde el principio y hasta siempre lo poético o prosaico son nombres del infinito catálogo del idioma que usamos hombres y mujeres como una de las mejores formas de comunicar y de comunicarnos.
       La belleza es mágica o misteriosa, y se nos presenta en infinitas formas, en las cosas más nimias, pequeñas y sencillas, o en las cosas inmensas de asombro…
       Cada palabra que elegimos en castellano nos viene de una tradición de un poco más de mil años, cuando el castellano comienza a hacerse oral, y más tardíamente se estampa en escritura de glosas o especificaciones. Cada hablante en este mundo se vale de su lengua nacional, y en algún momento habla, y tantas veces sin saberlo, hechos poéticos, el nacimiento de un niño, el amor de pareja que perdura hasta el fin de la muerte física, las irrepetibles variaciones en los colores de la aurora o del ocaso, o la belleza diurna o nocturna de la luna.

                                                                                           Adelfo Morillo