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sábado, 17 de octubre de 2015

Tras de una vida sencilla 40


Tras de una vida sencilla               40

       Tuve la feliz oportunidad de conversar en cada uno de los cuatro días, que duró en noviembre de mil novecientos noventa y siete el Primer Encuentro de Historia Regional y Local, realizado en el Núcleo de la Universidad Rómulo Gallegos, en la Villa de Todos los Santos, con el señor y sencillo historiador Lucas Guillermo Castillo Lara, y el primer día cuando lo recibimos, en algún momento nos quedamos él y yo conversando, yo sobre todo lo escuchaba con afecto y respeto, y quiso regalarme con dedicatoria y firma dos de sus libros Villa de Todos los Santos de Calabozo, El derecho de existir bajo el sol, y Guardatinajas, Cien años de su acontecer; en la primera página de su obra Villa de Todos los Santos de Calabozo, él escribió Para el Prof. Adelfo Morillo en admiración y aprecio por la obra que realiza, y su firma autógrafa…
       En las página finales 417 y 418, del ejemplar, Villa de Todos los Santos de Calabozo, impreso el mes de noviembre de mil novecientos noventa y seis en los Talleres Tipográficos de Miguel Ángel García e hijo, en la ciudad de Caracas, leemos palabras imbuidas de sentida poesía de su autor

       Hemos relatado apenas setenta y cinco años de la historia fundacional, un pedazo del quehacer de Calabozo en busca de su sedimentación. Allá adelante se abre el resto de la historia y vendrá el tiempo de dolor y gloria, para morir y vivir en libertad.
       En ese 1800 la Villa lucía su rostro con luminoso esplendor. Atrás habían quedado los años de lucha, de tenacidad y esfuerzo constante. La fe seguía siendo la misma del primer instante, porque estaba embebida en la tierra y en el hombre.
       De tanto asomarse a la llanura por las ventanas de sus muros, la sabana se le metió señera dentro del alma, haciéndola libre y ancha como ella misma. O quizás fue el pueblo que enamorado de la llanura, se salió de los abiertos muros y se fue a corretear por los caminos de la sabana.
       Para el siempre de su mañana, quedó entonces la presencia permanente de Calabozo, sembrado como símbolo de un acontecer de dignidad. Sus hombres habían aprendido la gran lección. Para vivir bastaba la fe; para subir y permanecer en la altura se necesitaba la ardiente llama, la que enciende estrellas en el claro cielo del espíritu.
       Eran hombres de honda fibra y recia voz de llamada, de pensamiento claro y palabra hermana, que les dieron una tierra y la amaron, como amaron a la pared amparadora de su Villa, y a sus mujeres de ternura bravía y a los hijos con las manos salpicadas de rocío. Una sangre antigua se le derramaba entre los ojos, buscando el cauce nuevo de una mirada joven.
       Así fue la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria y Todos los Santos de Calabozo. Así seguirá siendo por la voluntad de sus hombres y la gracia de Dios…