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jueves, 18 de julio de 2013

Aquella alegría en sus ojos y en su sonrisa


Aquella alegría en sus ojos y en su sonrisa

     A finales de enero de 1979 Jovino, Alejandro, Alonso y yo estábamos en casa de Raúl en La Parroquia, conversábamos, bebíamos y algo comíamos, éramos profesores compañeros del mismo colegio, Jovino amenizaba con el acordeón y cantaba, y ya cerca de medianoche Jovino nos invitó, para que nos fuéramos a Canaguá, Alejandro y Raúl trataron de disuadirlo, pero él dijo que si nadie lo acompañaba, él se iba solo, y yo le dije que lo acompañaba, y nos fuimos en su jeep, íbamos tomando miche, en el trayecto empezó a llover y había neblina, y el limpiaparabrisas no funcionaba, nos detuvimos a echarle ace (jabón en polvo) al parabrisas, para que no se empañara y siguiéramos con visibilidad, en la madrugada llegamos a Canaguá, seguimos de farra, llegamos a una casa conocida de Jovino, ahí la gente tocaba cuatro, guitarra y cantaba, temprano nos fuimos a la orilla del río y nos ocupamos del sancocho, hasta ese momento me acuerdo, porque me dormí y desperté en la casa en la noche, cuando desperté estaban tocando y cantando, y me pedían que cantara, y empezaron a decir que se sorprendían de que no estuviera ronco, porque yo había cantado a voz en cuello, y además bebía el miche como si fuera agua, y me quedé dormido y no había manera de hacerme despertar, y alguien quiso lanzarme con todo y ropa al río de aguas heladas, pero no se atrevieron, porque no me conocían y no sabían cómo podía reaccionar; en algún momento nos fuimos de la casa y nos unimos a la procesión de la paradura del Niño, ahí siguieron los cantos divinos, y de regreso a la casa siguió la música de cuatro, acordeón y guitarra, el que ejecutaba la guitarra era todo un maestro, a medianoche me dijeron que me acostara a dormir, para que descansara, me fui a la habitación que me asignaron, me acosté, pero nuevamente me levante, y me fui a escuchar las canciones, y el maestro de la guitarra, Luis, me dijo a usted de verdad le gusta la música; al día siguiente llegamos casi a medianoche hasta mi casa, quise que Jovino llegara conmigo hasta donde me esperaba mi mujer con nuestros pequeños hijos, él me acompañó llevando el acordeón, y él lo iba tocando y cantaba, Ilva abrió la puerta de la casa, y no olvido aquella alegría en sus ojos y en su sonrisa…