Aquella alegría en sus
ojos y en su sonrisa
A finales de enero de 1979 Jovino,
Alejandro, Alonso y yo estábamos en casa de Raúl en La Parroquia ,
conversábamos, bebíamos y algo comíamos, éramos profesores compañeros del mismo
colegio, Jovino amenizaba con el acordeón y cantaba, y ya cerca de medianoche
Jovino nos invitó, para que nos fuéramos a Canaguá, Alejandro y Raúl trataron
de disuadirlo, pero él dijo que si nadie lo acompañaba, él se iba solo, y yo le
dije que lo acompañaba, y nos fuimos en su jeep, íbamos tomando miche, en el
trayecto empezó a llover y había neblina, y el limpiaparabrisas no funcionaba,
nos detuvimos a echarle ace (jabón en polvo) al parabrisas, para que no se
empañara y siguiéramos con visibilidad, en la madrugada llegamos a Canaguá,
seguimos de farra, llegamos a una casa conocida de Jovino, ahí la gente tocaba
cuatro, guitarra y cantaba, temprano nos fuimos a la orilla del río y nos
ocupamos del sancocho, hasta ese momento me acuerdo, porque me dormí y desperté
en la casa en la noche, cuando desperté estaban tocando y cantando, y me pedían
que cantara, y empezaron a decir que se sorprendían de que no estuviera ronco,
porque yo había cantado a voz en cuello, y además bebía el miche como si fuera
agua, y me quedé dormido y no había manera de hacerme despertar, y alguien
quiso lanzarme con todo y ropa al río de aguas heladas, pero no se atrevieron,
porque no me conocían y no sabían cómo podía reaccionar; en algún momento nos
fuimos de la casa y nos unimos a la procesión de la paradura del Niño, ahí siguieron los cantos divinos, y de regreso a
la casa siguió la música de cuatro, acordeón y guitarra, el que ejecutaba la
guitarra era todo un maestro, a medianoche me dijeron que me acostara a dormir,
para que descansara, me fui a la habitación que me asignaron, me acosté, pero
nuevamente me levante, y me fui a escuchar las canciones, y el maestro de la
guitarra, Luis, me dijo a usted de verdad
le gusta la música; al día siguiente llegamos casi a medianoche hasta mi
casa, quise que Jovino llegara conmigo hasta donde me esperaba mi mujer con
nuestros pequeños hijos, él me acompañó llevando el acordeón, y él lo iba
tocando y cantaba, Ilva abrió la puerta de la casa, y no olvido aquella alegría
en sus ojos y en su sonrisa…