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martes, 5 de agosto de 2014

Andanza por nuestro idioma 159



Andanza por nuestro idioma     159

A ti, lector o lectora, por si quieres escribir

     Yo escribo, y ahora quiero escribir para ustedes que son lectores o lectoras, y como quizás también quieren escribir, y si no saben cómo empezar o por dónde comenzar, les traigo estas palabras de dos escritores, en primer lugar transcribo parte de las palabras leídas por la poeta nacida en Oporto en 1919, Sophia de Mello Breyner Andresen, durante el almuerzo de homenaje organizado por la Sociedad Portuguesa de Escritores, en ocasión de la entrega del Gran Premio de Poesía atribuido a su Livro sexto…
    
     “La poesía no me pide exactamente una especialización puesto que su arte es el arte del ser. Tampoco es tiempo o trabajo lo que la poesía me pide. Ni me pide una ciencia, ni una estética, ni una teoría. Antes me pide la entereza de mi ser, una conciencia más honda que mi inteligencia, una fidelidad más pura de lo que aquella que puedo controlar. Me pide una intransigencia sin fisura. Me pide que arranque de mi vida que se quiebra, gasta, corrompe y diluye para una túnica sin costura. Me pide que viva atenta como una antena, me pide que viva siempre, que nunca duerma, que nunca me olvide. Me pide una obstinación sin tregua, densa y compacta.
     Porque la poesía es mi explicación con el universo, mi convivencia con las cosas, mi participación en lo real, mi encuentro con las voces y las imágenes. Por eso el poema no habla de una vida ideal pero sí de una vida concreta: ángulo de la ventana, resonancia de las calles, de las ciudades y de los cuartos, sombra de los muros, aparición de los rostros, silencio, distancia y brillo de las estrellas, respiración de la noche, perfume del tilo y del orégano.
     Todo poeta, todo artista es artesano de un lenguaje… Si un poeta dice obscuro, amplio, blanco, piedra, es porque estas palabras asombran la visión del mundo, su ligazón con las cosas. Es de la obstinación sin treguas que la poesía exige que nazca el obstinado rigor del poema. El verso es denso, tenso como un arco, exactamente dicho, porque los días fueron densos, tensos como arcos, exactamente vividos…”
     Y en segundo lugar al escritor, nacido en Bruselas, pero sobre todo intelectual y argentino, Julio Cortázar, que nos habla acerca del hacer narrativo en el cuento y en la novela, y al respecto leamos sus palabras

     “…cuando yo era niño e iba a la escuela primaria mi noción de las cosas fantásticas era muy diferente de la que tenían mis compañeros de curso. Pare ellos lo fantástico era algo que había que rechazar porque no tenía que ver con la verdad, con la vida, con lo que estaban estudiando y aprendiendo… He contado el desconcierto que me produjo una vez que le presté una novela a un compañero de clase a quien quería mucho. Debíamos tener doce años y la novela que le presté era una que acababa de leer y me había dejado absolutamente fascinado; una de las novelas menos conocidas de Julio Verne, El secreto de Wilhelm Storitz, en la que Verne planteó por primera vez el tema del hombre invisible luego recogido por H. G. Wells en una novela muy leída en los años 20. (Wells se olvidó de dar el crédito a Julio Verne, tal vez no conocía la novela, en ese sentido puede haber coincidencias.) La novela de Verne no es de las mejores pero el tema es fascinante porque por primera vez en una literatura occidental se plantea el problema del hombre invisible, alguien que a través de procesos químicos –ya he olvidado por completo lo que sucedía en el libro- llega a ser invisible. Se la presté a mi compañero y me la devolvió diciendo: No la puedo leer. Es demasiado fantástica, me acuerdo como si me lo estuviera diciendo en este momento. Me quedé con el libro en la mano como si se hundiera el mundo, porque no podía comprender que ese fuera un motivo para no leer la novela. Allí me di cuenta de lo que me sucedía: desde muy niño lo fantástico no era para mí lo que la gente considera fantástico; para mí era una forma de la realidad que en determinadas circunstancias se podía manifestar, a mí o a otros, a través de un libro o un suceso, pero no era un escándalo dentro de una realidad establecida. Me di cuenta de que yo vivía sin haberlo sabido en una familiaridad total con lo fantástico porque me parecía tan aceptable, posible y real como el hecho de tomar una sopa a las ocho de la noche; con lo cual (y esto se lo pude decir a un crítico que se negaba a entender cosas evidentes) creo que yo era ya en esa época profundamente realista, más realista que los realistas puesto que los realistas como mi amigo aceptaban la realidad hasta un cierto punto y después todo lo demás era fantástico. Yo aceptaba una realidad más grande, más elástica, más expandida, donde entraba todo…”