Andanza por nuestro idioma 159
A ti,
lector o lectora, por si quieres escribir
Yo escribo, y ahora quiero escribir para
ustedes que son lectores o lectoras, y como quizás también quieren escribir, y si
no saben cómo empezar o por dónde comenzar, les traigo estas palabras de dos
escritores, en primer lugar transcribo parte de las palabras leídas por la
poeta nacida en Oporto en 1919, Sophia de Mello Breyner Andresen, durante el
almuerzo de homenaje organizado por la Sociedad Portuguesa de Escritores, en
ocasión de la entrega del Gran Premio de Poesía atribuido a su Livro sexto…
“La poesía no me pide exactamente una
especialización puesto que su arte es el arte del ser. Tampoco es tiempo o
trabajo lo que la poesía me pide. Ni me pide una ciencia, ni una estética, ni
una teoría. Antes me pide la entereza de mi ser, una conciencia más honda que
mi inteligencia, una fidelidad más pura de lo que aquella que puedo controlar.
Me pide una intransigencia sin fisura. Me pide que arranque de mi vida que se
quiebra, gasta, corrompe y diluye para una túnica sin costura. Me pide que viva
atenta como una antena, me pide que viva siempre, que nunca duerma, que nunca
me olvide. Me pide una obstinación sin tregua, densa y compacta.
Porque la poesía es mi explicación con el
universo, mi convivencia con las cosas, mi participación en lo real, mi
encuentro con las voces y las imágenes. Por eso el poema no habla de una vida
ideal pero sí de una vida concreta: ángulo de la ventana, resonancia de las
calles, de las ciudades y de los cuartos, sombra de los muros, aparición de los
rostros, silencio, distancia y brillo de las estrellas, respiración de la
noche, perfume del tilo y del orégano.
Todo poeta, todo artista es artesano de un
lenguaje… Si un poeta dice obscuro,
amplio, blanco, piedra, es porque estas palabras asombran la visión del
mundo, su ligazón con las cosas. Es de la obstinación sin treguas que la poesía
exige que nazca el obstinado rigor
del poema. El verso es denso, tenso como un arco, exactamente dicho, porque los
días fueron densos, tensos como arcos, exactamente vividos…”
Y en segundo lugar al escritor, nacido en
Bruselas, pero sobre todo intelectual y argentino, Julio Cortázar, que nos
habla acerca del hacer narrativo en el cuento y en la novela, y al respecto
leamos sus palabras
“…cuando yo era niño e iba a la escuela
primaria mi noción de las cosas fantásticas era muy diferente de la que tenían mis
compañeros de curso. Pare ellos lo fantástico era algo que había que rechazar
porque no tenía que ver con la verdad, con la vida, con lo que estaban
estudiando y aprendiendo… He contado el desconcierto que me produjo una vez que
le presté una novela a un compañero de clase a quien quería mucho. Debíamos
tener doce años y la novela que le presté era una que acababa de leer y me
había dejado absolutamente fascinado; una de las novelas menos conocidas de
Julio Verne, El secreto de Wilhelm
Storitz, en la que Verne planteó por primera vez el tema del hombre
invisible luego recogido por H. G. Wells en una novela muy leída en los años 20.
(Wells se olvidó de dar el crédito a Julio Verne, tal vez no conocía la novela,
en ese sentido puede haber coincidencias.) La novela de Verne no es de las
mejores pero el tema es fascinante porque por primera vez en una literatura
occidental se plantea el problema del hombre invisible, alguien que a través de
procesos químicos –ya he olvidado por completo lo que sucedía en el libro-
llega a ser invisible. Se la presté a mi compañero y me la devolvió diciendo: No la puedo leer. Es demasiado fantástica,
me acuerdo como si me lo estuviera diciendo en este momento. Me quedé con el
libro en la mano como si se hundiera el mundo, porque no podía comprender que
ese fuera un motivo para no leer la novela. Allí me di cuenta de lo que me
sucedía: desde muy niño lo fantástico no era para mí lo que la gente considera
fantástico; para mí era una forma de la realidad que en determinadas
circunstancias se podía manifestar, a mí o a otros, a través de un libro o un
suceso, pero no era un escándalo dentro de una realidad establecida. Me di
cuenta de que yo vivía sin haberlo sabido en una familiaridad total con lo
fantástico porque me parecía tan aceptable, posible y real como el hecho de
tomar una sopa a las ocho de la noche; con lo cual (y esto se lo pude decir a
un crítico que se negaba a entender cosas evidentes) creo que yo era ya en esa
época profundamente realista, más realista que los realistas puesto que los
realistas como mi amigo aceptaban la realidad hasta un cierto punto y después
todo lo demás era fantástico. Yo aceptaba una realidad más grande, más elástica,
más expandida, donde entraba todo…”