El milagro de un día
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Viví en Mérida, me gustaba disfrutar su
clima de montaña, cómo me complacía estar contemplando el páramo, cada vez que
lo visitaba, estaba mirando otra variante del paisaje, ahí en el páramo me
gustaba llegar hasta los frailejones, y tocar la tersura de terciopelo de sus
hojas, y me inundaba con amarillos de frailejón; me iba hasta el agua de los
ríos y de las lagunas y dejaba que el frío de las aguas, me mojara las manos y
después al rato al sacarlas del agua, se me volvían calienticas…. Eran tantas
las cosas que me llenaban de alegrías en Mérida y demás pueblos andinos, y
pensaba quedarme hasta siempre allá en Mérida; no hacía planes de volver a mi
tierra natal, Calabozo, y llegó la circunstancia de mi divorcio, y de mi nuevo
casamiento, y cuando mi nueva mujer se graduó de bioanalista, nos mudamos a
Calabozo…. Ahora reconozco las infinitas cosas bonitas y firmes que recibí de
Mérida, de amigos y de su gente, no olvido a amigos y profesores que tanto me
dieron, y me agrada recordar los tantos sitios y momentos de mis aciertos y
equivocaciones, y cuando voy a Mérida, lo hago con agradecimiento y con
ilusión; pero con el pensamiento me llego hasta allá diariamente, día o noche
con lealtad y sin nostalgia…
Escribo dibujando mis pensamientos, y
escribo alentando mis sentimientos, y ahora siento que cada momento nos brinda
el sitio, en el que permaneceremos o donde estamos de paso, Mérida fue un
interminable sitio de paso para mí, allá me cincelé en algunos conocimientos, y
allá empecé a vislumbrar mi camino por el amor…
Pienso y escribo, siento y escribo, y
espero dar mensajes claros, pertinentes y sinceros, porque pienso y siento que
si escribimos, debemos hacerlo para bien de alguien y de nosotros mismos… En
esta mañana volví a recibir el milagro de un día más, y me estremecía el regalo de indecibles sensaciones de amor…