Un veguero como yo
Tenía quince años cuando aprendí a nadar
en el Ique, días después volví con unos compañeros de bachillerato, y uno de
ellos me invitó a cruzarlo de ida y vuelta sin parar, lo hicimos, pero cuando
yo iba de regreso, me cansé faltándome poco trecho para llegar a la orilla, los
brazos los sentía tan pesados, como si fueran de plomo, no me embargó el
pánico, zambullí y por debajo de la superficie, llegué nadando hasta donde toqué
fondo…
En otra ocasión fui con otro compañero de
estudio, y vimos que ahí en el Ique nadaban unos yaguasos, nos pusimos de
acuerdo para agarrarlos, intentamos arrinconarlos, pero zambullían y salían por
donde menos esperábamos y bastante lejos de nuestro alcance, pasamos buen rato
tratando de atraparlos, hasta cuando nos dimos por vencidos…
Y no olvido la vez cuando andaba en mi
bicicleta con mi amigo Dubine, llegamos hasta el Ique, después de bañarnos,
salimos y nos sentamos a conversar, de pronto vemos que se nos acercan tres
muchachas, y empezaron a hablar con nosotros, nos dijeron que estudiaban
bachillerato en Valencia, que andaban de paseo con la familia, aún recuerdo que
me sorprendía de que fueran tan amables y cordiales, además eran muy bonitas,
quisieron caminar, nos invitaron, se quitaron los zapatos y caminaban y corrían
sobre el suelo ripioso, Dubine las acompañaba, yo quise hacerlo, pero la piel
de la planta de mis pies es tan delgada que no pude dar más de dos pasos, me
devolví y me senté, porque las piedritas se me incrustaban en los pies, ellas
se reían de mí, y yo no entendía cómo un veguero como yo tengo la piel de los
pies tan frágil, y todavía a mi edad así sigue siendo…