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jueves, 20 de junio de 2013

Un veguero como yo


Un veguero como yo

     Tenía quince años cuando aprendí a nadar en el Ique, días después volví con unos compañeros de bachillerato, y uno de ellos me invitó a cruzarlo de ida y vuelta sin parar, lo hicimos, pero cuando yo iba de regreso, me cansé faltándome poco trecho para llegar a la orilla, los brazos los sentía tan pesados, como si fueran de plomo, no me embargó el pánico, zambullí y por debajo de la superficie, llegué nadando hasta donde toqué fondo…
     En otra ocasión fui con otro compañero de estudio, y vimos que ahí en el Ique nadaban unos yaguasos, nos pusimos de acuerdo para agarrarlos, intentamos arrinconarlos, pero zambullían y salían por donde menos esperábamos y bastante lejos de nuestro alcance, pasamos buen rato tratando de atraparlos, hasta cuando nos dimos por vencidos…
     Y no olvido la vez cuando andaba en mi bicicleta con mi amigo Dubine, llegamos hasta el Ique, después de bañarnos, salimos y nos sentamos a conversar, de pronto vemos que se nos acercan tres muchachas, y empezaron a hablar con nosotros, nos dijeron que estudiaban bachillerato en Valencia, que andaban de paseo con la familia, aún recuerdo que me sorprendía de que fueran tan amables y cordiales, además eran muy bonitas, quisieron caminar, nos invitaron, se quitaron los zapatos y caminaban y corrían sobre el suelo ripioso, Dubine las acompañaba, yo quise hacerlo, pero la piel de la planta de mis pies es tan delgada que no pude dar más de dos pasos, me devolví y me senté, porque las piedritas se me incrustaban en los pies, ellas se reían de mí, y yo no entendía cómo un veguero como yo tengo la piel de los pies tan frágil, y todavía a mi edad así sigue siendo…