Andanza por nuestro idioma 135
Del latín alecris formamos las
palabras alegría, alegre, alegrar; y cuántas cosas menudas, efímeras y no tan
efímeras nos producen alegría; si somos creyentes, pronunciar, honrar y
glorificar a Dios nos llena de alegría y gozo; si sabemos apreciar colores,
formas y perfumes de las flores, nos inundamos de alegría; si nos enamoramos
con amor de la persona con que formamos pareja y de cada cosa que nos
corresponde hacer en nuestra vida cotidiana, andamos la vida con alegría; si
nos gusta la lectura, y nos informamos y aprendemos tantas cosas con alegría;
si escuchamos música que nos gusta, cuando saboreamos comidas y bebidas de
nuestro gusto, si paseamos y viajamos por donde queremos, si despiertos soñamos
y nos ilusionamos, si nos gusta pintar, esculpir, actuar, danzar o bailar,
cantar, construir, escribir; si entendemos que las rutinas no aburren, sino que
son vitales, inexorables y armoniosas, como la rutina del sol cada día, vuelve
a estar ahí de forma inexorable, y la rutina interestelar y planetaria, como la
Tierra girando alrededor del sol…
En el universo de la literatura nos encontramos con un sinfín de
alegrías, y es así como me lleno de alegría cada vez que releo la novela poesía
La piedra que era Cristo, escrita por
Miguel Otero Silva, y sobre todo en la parte cuando el autor hace que nos hable el viejo Jacobo, y
este nos dice
Al nombrar al Altísimo, Jesús lo llama
Abba, Papá, una expresión infantil y familiar que jamás ha empleado antes que
él ninguna religión ni ningún sacerdote. La oración que sale de sus labios es
esta: Abba, Papá, Padre nuestro, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu
Reino, danos cada día nuestro pan, y perdónanos nuestros pecados, pues también
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Es así, y no de otra manera, como le
habla un niño a su padre…