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lunes, 30 de junio de 2014

Andanza por nuestro idioma 135



Andanza por nuestro idioma            135

     Del latín alecris formamos las palabras alegría, alegre, alegrar; y cuántas cosas menudas, efímeras y no tan efímeras nos producen alegría; si somos creyentes, pronunciar, honrar y glorificar a Dios nos llena de alegría y gozo; si sabemos apreciar colores, formas y perfumes de las flores, nos inundamos de alegría; si nos enamoramos con amor de la persona con que formamos pareja y de cada cosa que nos corresponde hacer en nuestra vida cotidiana, andamos la vida con alegría; si nos gusta la lectura, y nos informamos y aprendemos tantas cosas con alegría; si escuchamos música que nos gusta, cuando saboreamos comidas y bebidas de nuestro gusto, si paseamos y viajamos por donde queremos, si despiertos soñamos y nos ilusionamos, si nos gusta pintar, esculpir, actuar, danzar o bailar, cantar, construir, escribir; si entendemos que las rutinas no aburren, sino que son vitales, inexorables y armoniosas, como la rutina del sol cada día, vuelve a estar ahí de forma inexorable, y la rutina interestelar y planetaria, como la Tierra girando alrededor del sol…
     En el universo de la literatura nos encontramos con un sinfín de alegrías, y es así como me lleno de alegría cada vez que releo la novela poesía La piedra que era Cristo, escrita por Miguel Otero Silva, y sobre todo en la parte cuando  el autor hace que nos hable el viejo Jacobo, y este nos dice

     Al nombrar al Altísimo, Jesús lo llama Abba, Papá, una expresión infantil y familiar que jamás ha empleado antes que él ninguna religión ni ningún sacerdote. La oración que sale de sus labios es esta: Abba, Papá, Padre nuestro, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino, danos cada día nuestro pan, y perdónanos nuestros pecados, pues también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Es así, y no de otra manera, como le habla un niño a su padre…