En El Picacho 20
Era costumbre cada mes de agosto que
llegaran a El Picacho canoas y bongos cargados de maíz jojoto, y los vendedores
competían, unos decían a cinco bolívares, moneda de plata,, un fuerte, un
cachete por un ciento de jojotos, y otros replicaban a cuatro bolívares y hasta
a tres bolívares, y los compradores elegían a los que ofrecieran más barato, mi
papá había salido con un saco grande y al poco rato volvió con el saco lleno de
un ciento de jojotos, de inmediato vació los jojotos sobre el suelo del patio
frente a la casa, y nos sentamos mi papá, mi mamá, Aleida y yo a pelarlos,
cuando terminamos, mi papá buscó una totuma, amoló el cuchillo en la piedra, y
después se sentó a cortar el maíz de mazorca, si conseguía algunos de grano
duro, los apartaba para que mi mamá hiciera masamorra, y apartaba otros tiernos
para asarlos en las brasas bajo el budare, y mientras él hacía eso, mi mamá me
dio una peseta, moneda de plata de dos bolívares, para que comprara huevos,
azúcar, mantequilla y queso blanco de cincho, salí brincando y saltando, me
tropecé la mano con la pierna y la moneda se me salió de la mano, y fue a caer
al río, que de crecido llegaba hasta la cerca de alambre gallinero del patio
delantero de la casa, le dije lo sucedido a mi mamá, me regañó y me dio unos
correazos, y me dio otra peseta y me dijo ¡Vaya
y la bota otra vez…! Me fui
lloroso a hacer el mandado, cuando regresé, miraba el caudal anchuroso del río…
Había pasado la época de lluvias, ya era
el mes de marzo, el río estaba muy bajo de caudal, y una mañana me bajé hasta
la orilla, me acuclillé, metía las manos en las aguas y las sentía fresquitas,
de pronto se retiró el agua y miré una peseta, el agua regresó rápido y la
tapó, esperé a que la ola volviera a retirarse, y cuando lo hizo, metí la mano
y agarré la peseta, que por el lado de la efigie de Bolívar tenía una manchita
amarilla de orín de óxido, me fui corriendo hasta la casa con la moneda en la
mano, y le conté a mi mamá cómo la había conseguido; mi papá estaba ausente de
casa en alguno de sus trabajos, días después cuando volvió, le conté delante de
mi mamá cómo había encontrado la peseta, y él dijo ¡Hijo, eso fue un prodigio, un milagro, una de esas tantas cosas
extrañas que depara Dios..!