Tras de una
vida sencilla 40
Tuve la feliz oportunidad
de conversar en cada uno de los cuatro días, que duró en noviembre de mil
novecientos noventa y siete el Primer
Encuentro de Historia Regional y Local,
realizado en el Núcleo de la Universidad
Rómulo Gallegos, en la Villa de Todos los Santos, con el señor y sencillo
historiador Lucas Guillermo Castillo Lara, y el primer día cuando lo recibimos,
en algún momento nos quedamos él y yo conversando, yo sobre todo lo escuchaba
con afecto y respeto, y quiso regalarme con dedicatoria y firma dos de sus
libros Villa de Todos los Santos de
Calabozo, El derecho de existir bajo el sol, y Guardatinajas, Cien años de su acontecer; en la primera página de
su obra Villa de Todos los Santos de
Calabozo, él escribió Para el Prof.
Adelfo Morillo en admiración y aprecio por la obra que realiza, y su firma
autógrafa…
En las página finales 417 y
418, del ejemplar, Villa de Todos los
Santos de Calabozo, impreso el mes de noviembre de mil novecientos noventa y
seis en los Talleres Tipográficos de Miguel Ángel García e hijo, en la ciudad
de Caracas, leemos palabras imbuidas de sentida poesía de su autor
Hemos relatado apenas setenta y cinco años de la historia fundacional,
un pedazo del quehacer de Calabozo en busca de su sedimentación. Allá adelante
se abre el resto de la historia y vendrá el tiempo de dolor y gloria, para
morir y vivir en libertad.
En ese 1800 la Villa lucía su rostro con
luminoso esplendor. Atrás habían quedado los años de lucha, de tenacidad y
esfuerzo constante. La fe seguía siendo la misma del primer instante, porque estaba embebida
en la tierra y en el hombre.
De tanto asomarse a la llanura por las
ventanas de sus muros, la sabana se le metió señera dentro del alma, haciéndola
libre y ancha como ella misma. O quizás fue el pueblo que enamorado de la
llanura, se salió de los abiertos muros y se fue a corretear por los caminos de
la sabana.
Para el siempre de su mañana, quedó entonces la presencia permanente de
Calabozo, sembrado como símbolo de un acontecer de dignidad. Sus hombres habían
aprendido la gran lección. Para vivir bastaba la fe; para subir y permanecer en
la altura se necesitaba la ardiente llama, la que enciende estrellas en el
claro cielo del espíritu.
Eran hombres de honda fibra y recia voz de llamada, de pensamiento
claro y palabra hermana, que les dieron una tierra y la amaron, como amaron a
la pared amparadora de su Villa, y a sus mujeres de ternura bravía y a los
hijos con las manos salpicadas de rocío. Una sangre antigua se le derramaba
entre los ojos, buscando el cauce nuevo de una mirada joven.
Así fue la Villa de Nuestra Señora de la
Candelaria y Todos los Santos de Calabozo. Así seguirá siendo por la voluntad
de sus hombres y la gracia de Dios…
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