Cuentos para entretener 4
Fueron tantos momentos los que pasé en El Picacho, allá
en San Fernando de Apure, a orilla del río, hasta 1.960 cuando nos mudamos para
mi pueblo natal, Villa de Todos los Santos... Ahí en ese pedazo de suelo
apureño, en casa, jugaba, me entretenía, miraba y escuchaba distintas cosas, allá
cerca de casa más arriba del río, llegaban y atracaban canoas y bongos cargados
de plátanos o de jojotos y los canoeros y bongueros gritaban los precios de
esos productos y competían ofreciendo precios más baratos que los otros;
también llegaban chalanas, estas eran embarcaciones grandes que cargaban reses,
algodón, patillas, tortugas, víveres o solo querosén, la mayoría de tales
chalanas tenían camarote y espacio para la cocina, esas chalanas eran hechas de
madera, podían cargar hasta 100 reses; ahora cuando voy a San Fernando ya no
veo esas chalanas, porque no las hacen; ahora sobre todo suben y bajan por el
río bongos cargados de arena que han paleado del fondo del río... Aparte de
pasar los días jugando, entreteniéndome con tantas cosas que miraba y escucha,
también era el muchacho de los mandados, me gustaba ir a las pulperías y
bodegas, porque los dueños que atendían detrás del mostrador, después de hacer
la compra me daban la ñapa: cambures, pedazos de queso, caramelos, catalinas;
cerca de la casa también estaba un botiquín, El manguito..., local donde había
una rockola y vendían cerveza, a veces, mi prima hermana Aleida me daba 1
bolívar y me anotaba en un papelito las canciones, para que el botiquinero las
marcara, y hasta nuestra casa llegaba aquellas música y letra de las ansiadas
canciones, no recuerdo si eran de música llanera o de rancheras mexicanas...
Otras veces me llegaba hasta la curiara de mi papá, la que él dejaba amarrada
abajo en la orilla del río frente a la casa, me iba con guaral con su anzuelo y
con alguna carnada, lanzaba el guaral y me sentaba en el banco de la curiara a
esperar a que algo ajilara, casi siempre sacaba blancos pobres, que llevaba y
se los daba a mi mamá, para que los preparara y luego comerlos fritos; cierta
vez agarré el blanco pobre que terminaba de pescar y todavía vivo lo coloqué en
el anzuelo y lo lancé a varios metros, me senté y al poco rato el guaral se
tensó, corría entre y sobre el agua como un celaje, el pez que había mordido debió
ser grande, porque del barajuste tan rápido dio un templón que el guaral tensó,
sonó muy fuerte y reventó..., me quedé mirando con los ojos claros y sin vista
ante mi asombro...
Adelfo Morillo
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