Cuentos para entretener 3
Los momentos que escribo corresponden a mi memoria de mis
seis a ochos años de mi edad, ahí en El Picacho; con mi papá salía cada día a
pie o en la curiara, y mientras caminábamos o navegábamos, él con el canalete y
yo con la palanca, él me contaba, me aconsejaba y me hablaba de cuando tuvo un
trapiche y jugaba caída con cartas españolas y apostaba tercios de panela con
un compadre y como casi siempre ganaba, o de cuando cazaba tigres con lanza y
con escopeta, sobre todo contaba una y tantas veces de cuando salió a cazar
junto con una gente de un campo, donde merodeaba un tigre cebado, habían
buscado y coroteado al tigre y no lo hallaban, cuando de repente aparece el
tigre delante de él como a veinte metros, la otra gente le grita: ¡el tigre, el
tigre..!, y él se terció la escopeta, disparó y cuando llegaron hasta donde
estaba el tigre tirado, el plomo le había dado en mitad de la frente, y en ese
caserío lo trataron como un fino de una puntería sin par y de alguien que no se
apoca de miedo; otras veces me hablaba de alguien que lo enseñó a leer, a
escribir y a manejar las operaciones básicas de aritmética; recuerdo que él
tenía una caligrafía única de letra redonda, clara y grande y cuando firmaba lo
hacía con rúbrica; también me hablaba de cuando asistía a alguna fiesta de
campo que duraba tres noches con sus días, él tocaba el arpa y mi mamá bailaba
y también las hijas, Cecilia Filomena y Amelia; cuando ya yo fui adulto, casado
y con hijos, mi mamá Cecilia Filomena me contaba que se les hinchaban las
piernas de tanto bailar y para reponerlas se echaban de sus orines y las
friccionaban, para poder seguir bailando, porque les gustaba bailar más que
comer jojotos asados; pero también me contaba mi mamá que mi papá tocaba y
tocaba el arpa, pero asimismo mantenía de un todo los cuidados de la casa; que
ni parecido a un hombre ya viejo de nombre Nazario, al que la gente le decía
Nazarito, porque era bajito y flaquito, el cual tenía mujer y varios hijos, y
tocaba el arpa y cuando los niños lloraban, porque tenían hambre, él agarraba
el arpa y tocaba y tocaba hasta que los niños se dormían y así una y otra vez y
así los niños fueron muriendo y la mujer se fue, pero Nazario no dejó de tocar
el arpa y cuando la gente lo miraba, lo saludaba y le preguntaba: ¿Por qué está
tan flaco, don Nazario..? Y él respondía con su vocecita estreñida: La música,
la música...
Adelfo Morillo
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