jueves, 16 de septiembre de 2021

 

Cuentos para entretener          2

Quizás uno de mis más antiguos recuerdos sea el de aquella mañana del 23 de enero de 1.958, cuando nos enteramos de que el dictador Marcos Pérez Jiménez había huido en una avioneta que salió en esa madrugada del aeropuerto de La Carlota en Caracas; mi papá me dijo: Vamos a comprar el pregonero..., así decía él para nombrar el periódico, y el que él leía, Últimas Noticias; al rato de caminar llegamos a las calles céntricas de San Fernando de Apure, recuerdo que los pipotes de basura estaban volteados sobre las aceras y las calles macadinazadas... Ese mismo año tuve conciencia de que ellos eran mis abuelos, Tomás Morillo y Catalina de Morillo, hasta entonces creía que eran mis padres; me dijeron ellos, mis abuelos maternos de crianza, que mi mamá era Cecilia Filomena, que me había dado a ellos desde una semana de mi nacimiento en la Villa de Todos los Santos, y que era la modista, que visitábamos en la calle Muñoz, número 99, ahí en San Fernando... La casa donde vivíamos la había construido mi papá, a orillas del río Apure, ahí en donde llamaban El Picacho, hecha de cañabrava embarrada y embostada, con techo de cinc, con patio por los cuatro lados, cercados con empalizadas con alambres de púas y gallinero, al frente mi papá levantó una enramada, sobre ella estaba una mata de parcha, y debajo había fijado la mesa de carpintería y de trabajos de ribera, relacionados con bongos y chalanas; a veces construía curiaras o canoas, acondicionaba bongos y chalanas, haciendo curvas, cepillando tablas, fijándolas, calafateando... Cuando era tiempo de lluvias, el Apure crecía y algunas veces se colaba hasta el patio delantero de la casa, me gustaba bañarme ahí con la lluvia y chapotear el agua de río y de lluvia; cuando empezaban a bajar las aguas, mi papá pescaba ahí mismo frente a la casa, lanzaba los guarales, rezaba a la Virgen y a San Rafael, para que ajilara buena pesca, y según el caso pescaba morocotos, cachamas, bagres o dorados, también bancopobres, algunas noches dejaba los guarales tirados en el río y cuando los revisaba en la mañana, encontraba alguna presa o solo el peine de cabeza y espinazo, porque los caribes se habían dado gusto...  En tiempos de ribazón, sobre todo de coporos, solo salíamos hasta la mitad del río con la curiara, él la atravesaba y los coporos chocaban contra la canoa, saltaban y caían en el plan de la curiara, semejaba una danza plateada en el aire y en las aguas de la curiara...

               Adelfo Morillo

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