Cuentos para entretener 2
Quizás uno de mis más antiguos recuerdos sea el de
aquella mañana del 23 de enero de 1.958, cuando nos enteramos de que el
dictador Marcos Pérez Jiménez había huido en una avioneta que salió en esa
madrugada del aeropuerto de La Carlota en Caracas; mi papá me dijo: Vamos a
comprar el pregonero..., así decía él para nombrar el periódico, y el que él
leía, Últimas Noticias; al rato de caminar llegamos a las calles céntricas de
San Fernando de Apure, recuerdo que los pipotes de basura estaban volteados
sobre las aceras y las calles macadinazadas... Ese mismo año tuve conciencia de
que ellos eran mis abuelos, Tomás Morillo y Catalina de Morillo, hasta entonces
creía que eran mis padres; me dijeron ellos, mis abuelos maternos de crianza,
que mi mamá era Cecilia Filomena, que me había dado a ellos desde una semana de
mi nacimiento en la Villa de Todos los Santos, y que era la modista, que
visitábamos en la calle Muñoz, número 99, ahí en San Fernando... La casa donde
vivíamos la había construido mi papá, a orillas del río Apure, ahí en donde
llamaban El Picacho, hecha de cañabrava embarrada y embostada, con techo de
cinc, con patio por los cuatro lados, cercados con empalizadas con alambres de
púas y gallinero, al frente mi papá levantó una enramada, sobre ella estaba una
mata de parcha, y debajo había fijado la mesa de carpintería y de trabajos de
ribera, relacionados con bongos y chalanas; a veces construía curiaras o
canoas, acondicionaba bongos y chalanas, haciendo curvas, cepillando tablas,
fijándolas, calafateando... Cuando era tiempo de lluvias, el Apure crecía y
algunas veces se colaba hasta el patio delantero de la casa, me gustaba bañarme
ahí con la lluvia y chapotear el agua de río y de lluvia; cuando empezaban a
bajar las aguas, mi papá pescaba ahí mismo frente a la casa, lanzaba los
guarales, rezaba a la Virgen y a San Rafael, para que ajilara buena pesca, y
según el caso pescaba morocotos, cachamas, bagres o dorados, también bancopobres,
algunas noches dejaba los guarales tirados en el río y cuando los revisaba en
la mañana, encontraba alguna presa o solo el peine de cabeza y espinazo, porque
los caribes se habían dado gusto... En
tiempos de ribazón, sobre todo de coporos, solo salíamos hasta la mitad del río
con la curiara, él la atravesaba y los coporos chocaban contra la canoa,
saltaban y caían en el plan de la curiara, semejaba una danza plateada en el
aire y en las aguas de la curiara...
Adelfo Morillo
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