Tras de una
vida sencilla 16
En la Villa de Todos los
Santos los niños nombrábamos a Dios, yo no era ajeno a Él, tantas veces juré en
su nombre por tantas cosas tontas, conversábamos y nos hacíamos preguntas,
algunos lo negaban, otros se atemorizaban por su nombre, y también había
quienes creían en su existencia y en su inmenso poder, yo estaba lejos de
comprender y de aceptar la infinita ubicuidad de Dios…
El espacio no existe para
todos los que creemos en Dios, no hay conceptos de lejos o cerca, porque solo
mora en la fe y en el amor, y el tiempo para nosotros es absoluto en cada
segundo presente, porque solo vivimos aspirando minúsculos instantes de
eternidad…
En este mundo de tiempo
presente nunca nos alegramos, porque pensemos que hemos llegado a la máxima
bienaventuranza, la meta consiste en acercarse lo más posible a una vida justa
en el amor de Jesucristo, y para ello debemos renunciar al egoísmo individual,
y darnos para dar y servir con egoísmo comunitario, y este consiste en que
nunca podemos sentirnos satisfechos, mientras tanta gente sufre por no poder
satisfacer las necesidades básicas cotidianas.
En este mundo miramos a
Dios en las voces y en el silencio, cuando la sequía golpea sin piedad y cuando
la lluvia arrasa sin misericordia, también lo sentimos en el llanto de los
niños y en sus cándidas sonrisas; a mí me gusta sentirlo en los fulgores de los
relámpagos relancinos, en los vaivenes que hacen las libélulas en sus vuelos y
en el recuerdo de infancia que me viene del río de las toninas…
Adelfo Morillo
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