Caballitos o libélulas
He vivido más de medio siglo, y pienso que
el pasado de cada persona está tejido de un sinnúmero de recuerdos; entre ellos
hay recuerdos gratos y otros ingratos, y seguramente la dicha o desdicha
depende de cuáles recuerdos cuentan más en cada ser humano, si los gratos o los
ingratos; considero que nosotros deberíamos fortalecernos con nuestros buenos
recuerdos, y que los momentos ingratos, si no nos dejan ningún aprendizaje
positivo, deberíamos optar por olvidarlos. No sé cuál es mi más viejo recuerdo
de infancia, pero sí sé que guardo un buen número de memorias... A mí desde muy
pequeño las tardes me han parecido apropiadas más para pensar, para estar en un sitio apacible,
para dedicarse a escuchar música, para leer, y a mí ahora las tardes me invitan
a escribir... Yo viví en un sitio a orillas del río Apure, en El Picacho, en
San Fernando de Apure, en una casa de barro, con patio a los cuatro lados, al
frente quedaba el río, también en el patio del frente hacia el norte estaba la
enramada de la parcha, debajo de esa sombra tenía mi papá su lugar de trabajo,
ahí tenía un mesón de madera, sobre él realizaba sillas, mesas, puertas,
ventanas, aguamaniles, tinajeros y él me llamaba a cada rato durante el día
para que lo ayudara, y mientras lo ayudaba me contaba cuentos, o me aconsejaba,
y si me había portado mal, me regañaba y a la vez me aconsejaba. Recuerdo que
en las tardes cuando él no tenía ningún trabajo por hacer, yo me iba al patio
detrás de la casa, el del lado este, no olvido cuando era el tiempo de caballitos
o libélulas, ahí en ese sitio se arremolinaban los caballitos, volaban,
giraban, iban y regresaban, yo corría queriendo agarrarlos, hasta una tarde
cuando mi papá se dio cuenta de mi diversión, y se me acercó con un pabilo y
unos granos de maíz, agarró un grano, lo amarró con el pabilo y lo lanzó al
aire donde volaban los caballitos, de pronto todos los caballitos volaban
detrás del grano amarrado con el pabilo, pero solo un caballito lograba
atraparlo y caía al suelo enredado en el pabilo, después me dejó solo, y a
partir de ese momento esa era una de mis diversiones favoritas..., poder irme
al patio en las tardes de caballitos y lanzar al aire una y otra vez un grano
amarrado con la cabuya, y después de cada lanzada veía cómo caía al suelo uno
de los caballitos, yo lo agarraba y me divertía tocándolo, mirándolo, luego lo
dejaba libre en el viento, y volvía a lanzar el grano amarrado con el guaral y
nuevamente se repetía el juego, y así una vez y otra vez, y no sé cuántas
veces… No olvido esas tardes de verano como le dicen los llaneros a los tiempos
de sequía, pero para mí esos tiempos, eran tardes de caballitos; esas tardes
también eran de brisas, de nubes blancas y del río de securas, y a veces los
relámpagos se veían en las lejuras; no añoro esos tiempos, solo los revivo sin
nostalgias, porque me sirven para seguir saboreando alegrías en esta vida que
me ha tocado en suerte…
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