La ñapa
Cuando yo era muchacho a finales de la
década de los cincuenta y en la década de los sesenta los dueños de bodegas y
pulperías tenían el incentivo de la ñapa, y esta consistía en que cuando
hacíamos alguna compra, nos daban algún pequeño añadido de ñapa… Yo era el
muchacho de los mandados en mi casa, y no siempre me gustaba hacer los
mandados, pero en el camino se me pasaba la molestia, porque recordaba que iba
a recibir una ñapa, y si al bodeguero o pulpero se le olvidaba dármela, yo se
la pedía diciendo… ¿y mi ñapa? El tamaño de la ñapa dependía del monto de la
compra, podía ser un cambur, un templón, una catalina, un pedazo de queso
blanco de cincho, caramelos, metras, un trompo, una perinola, un refresco o una
señorita (pan dulce de a locha), también podía ser un pedazo de panela o
papelón, pero si la compra era de un monto considerable podía consistir en
lápices, cuadernos, sacapuntas, álbumes para llenar con cromos… Había pulperos
y bodegueros que nos acumulaban las ñapas, y al final de la semana recibíamos
buenas ñapas… Ahora no recuerdo hasta cuándo perduraron las ñapas, pero en
algún momento, ya no recibimos más ninguna ñapa, y entonces me dejó de gustar
hacer mandados, pero no me quedaba otra opción, tenía que ir a las bodegas o pulperías a cumplir con el mandado de mi papá,
de mi mamá o de alguien más de la casa, de las ñapas han pasado unos cuantos
años y lunas, y rememoro esa práctica curiosa y grata para los que fuimos
muchachos en esos tiempos, cuando éramos los mandaderos cotidianos y de oficio…
Esta memoria nos evoca costumbres idas, desaparecidas, pero permanecen
seguramente en el recuerdo de mis contemporáneos, y hasta es probable que en
sus añoranzas saboreen el buen gusto de aquellas viejas ñapas, que nos llenaban
de alegrías, colores y matices con esas ilusiones en forma de ñapas, regalos
que recibíamos con emoción por muy modestos que fueran…
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