El muchacho
Según Joan Corominas, en el Diccionario
Crítico-Etimológico Castellano e Hispánico, la palabra muchacho proviene del
antiguo vocablo mochacho, y este probablemente derive de mocho, en el sentido
de “esquilado”, “rapado”, por la vieja costumbre de que los niños y jóvenes
llevaban el pelo corto, y filológicamente la primera documentación del vocablo
muchacho se registra en el año 1251, en la obra Calila.
El término muchacho mantiene su uso y su
significación de niño o joven en los momentos actuales, tanto es así que hasta
en campañas políticas aparece en el discurso este vocablo. Y en políticas de
acción social se escucha acerca de la
construcción de “la ciudad de los muchachos”.
También nos encontramos con que los
padres, y sobre todo las madres utilizan la palabra muchacho para referirse a
los hijos, aun cuando estos sean adultos desde hace ya bastante tiempo.
Sin embargo, la referencia que nos ocupa y
da lugar al título de estas líneas, se remonta a los años sesenta, cuando yo
era un muchacho. Recuerdo que para ese tiempo había en Calabozo cinco salas de
cine con estos nombres: Tropical, Lazo Martí, Guárico, Adriático, Páez; no
olvido que en la entrada de estos cines cambiábamos suplementos de Tarzán por
Superman, Tawa por Memín, Red Rider por Linterna Verde, Mujer Maravilla por
Santo, el Enmascarado de Plata por el Llanero Solitario, el Látigo Negro por
Far West, Batman por Vidas Ejemplares y demás trueques en el amplio etcétera de
suplementos o historietas.
Y cuando estábamos ahí en la entrada del
cine, antes de pasar a la sala donde proyectaban la película, preguntábamos:
¿quién era el “muchacho” de la película? En ese entonces, en las películas,
sobre todo en las “vaqueras”, el “muchacho” era el que se las sabía todas: era
el más rápido con las pistolas, el más recio con los puños, el que se quedaba
con la mujer más linda de la pantalla, y algunos hasta tocaban guitarra,
armónica y cantaban; el “muchacho” era el héroe sin par, y como signo
característico el “muchacho” tampoco moría en la película.
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