domingo, 26 de septiembre de 2021

 

Cuentos para entretener            12

Siempre salíamos mi papá y yo en la mañana, fuera a pie o en la curiara, si era en la curiara salíamos más temprano, en la mañanita después de tomar el guayoyo recién colado por mi mamá, aprovisionados de algún bastimento: cambures manzanos con queso blanco llanero o panes dulces con queso o catalinas con queso blanco blandito; nos subíamos en la curiara, mi papá con el bastimento en el porsiacaso, él con el canalete y yo con la palanca, remontábamos o bajábamos por el Apure, en tiempos de lluvias, el río se llenaba de orilla a orilla, a veces se desbordaba inundando las partes más bajas de San Fernando y también a Puerto Miranda del lado del Estado Guárico, se veía el agua revuelta terrosa, bajando boras, y con grandes remolinos con borbollones, esas travesías las hacíamos por diversas causas, sobre de todo para preparar vegas, según para sembrar maíz; mi papá ya había visteado el sitio, conducíamos hasta allá y mi papá comenzaba a tumbar monte, gamelotales más altos que él, a punta de machete y con garabato, el machete él lo amolaba con lima y después lo pasaba por la piedra de amolar, lo dejaba amoladito como hojilla, le sacaba filo hasta por la parte de atrás del machete; yo le decía de usarlo, y no me dejaba, porque él decía que era peligroso y me podía cortar; lo curioso de esta faena era que después de realizar esa tarea de desmonte, no íbamos a sembrar; mas esa era su añoranza, todavía cuando él tenía más setenta años, lo escuchaba decir: ¡Ah, si pudiera tumbar una roza, qué bueno es sembrar una roza..! La roza consiste en elegir un pedazo de tierra, si tiene árboles, se talan, se corta el monte a punta de machete, se recoge y se apila esa tala y desmonte en montones y se le prende fuego, según esas cenizas sirven de nutrientes para el suelo; previo a Semana Santa el viaje en curiara lo hacíamos para ir a cortar algunas varas para hacer los trompos, madera que él sabía cuál era las más zumbadora, cortaba los palos y nos regresábamos a casa, donde se ocupaba con martillo, clavos y machete, colocaba el clavo en el pedazo de vara y empezaba a labrar con el machete, hasta cuando le daba la forma y cortaba el trompo; hacía trompos grandes para él y unos más pequeños para mí, los enrollaba con la cabuya y lo hacía bailar, lo tomaba en la mano, cuando yo todavía no sabía bailarlo y menos tomarlo en la mano, me dijo cómo enrollarlo, bailarlo y tomarlo en la mano y hasta en la uña y en el aire... Ahora cuando escribo estas líneas, me afloran recuerdos, me paro y voy hasta la biblioteca de casa, busco el libro Amor y terror de las palabras, escrito por el filósofo de Palmarito (Estado Apure) José Manuel Briceño Guerrero (del que recibí clases en Mérida de las asignaturas Mitología Clásica, Pensamiento Clásico, en ese semestre leímos en griego antiguo el diálogo Simposio (El Banquete), escrito por Platón), Editorial Mandorla, Caracas, 1.987, y en la página 138 leemos la adivinanza infantil: Para bailar me pongo la capa, / porque sin la capa no puedo bailar; / para bailar me quito la capa, / porque con la capa no puedo bailar (el trompo)...

                                                                             Adelfo Morillo

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