Aguas dulces de Edén
Era una tarde villatodosantina,
cuando me regalaste perfumes de Edén,
aspiré hasta inundar el alma,
me estuve flotando entre burbujas,
me llevaste a soñar aguas dulces de Edén,
sentí frescos alientos en mi ser,
soñé mundos mágicos,
de conversaciones francas, espontáneas,
flotaba y perseguía cabriolas de nubes,
soñaba, tejía y destejía mundos imposibles;
la tarde olía a lluvia,
anoche hubo lluvia,
las plantas de vestidos multicolores
y entre ellas el vaivén de pájaros de flor en flor,
unos se bañaban sobre las hojas,
otros cantaban, todos revoloteaban,
y en algún momento me alejé,
y antes de volver a mis quehaceres,
aspiré hasta inundar el alma,
seguí flotando entre burbujas,
soñé aguas dulces de Edén,
y luego me entregué a tejer mundos posibles.
Sé que debo comprender los pesares
y cuánto debo disfrutar cada instante de alegría,
tan efímeros y tan imperecederos el sabor de su
alegría;
ando en el amor,
con él alegro mi vida,
cuánto me alegra la mujer que no conozco,
anda a mi lado,
desconozco su espacio y su tiempo.
Me echo mis problemas al hombro,
que sé son míos y de nadie más;
ando en el amor,
con él alegro mi vida,
y el perfume de la mujer que no conozco,
me lleva a soñar aguas dulces de Edén.
Adelfo Morillo
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