No sé cuántas lunas más
La luna coqueta acompasa mi alegría.
Ahora la miro blanca como harina en luz diurna,
y el cielo se muestra en una sola taza azul.
Me estuve en el patio
luego me vine tras estas líneas.
No sé cuántas lunas más llenarán mis ojos,
sigo con la certidumbre del agua fresca en mis labios.
A ti me acerco por mi postigo secreto,
que atesoro entre mis manos.
Tanto me muestran
el río y la aurora.
Aun no llegan al olvido.
La clara tarde
a veces se destaca
con perfume cenital.
Anoche estuve con Dios,
estuvo en mi sueño,
me dio fe en su palabra.
No existe el silencio.
Siempre hay sonidos,
en la lluvia, en tantas cosas.
Ahora me alegran
las plantas bajo el lucero.
Son certeza de encuentros.
Llenos de luz
me acompañan flores
y música de arpas.
Desde aquella tarde
llevo conmigo luz de tus ojos
y los colores de tu cabellera.
Lejos algo acontece,
alguien lo contempla,
quizás alegría o tristeza.
La mentira urde,
inventa patrañas,
yo sueño tejer un verso.
Nada muere,
solo viaja en silencio,
en silencio sin olvido.
Esta es mi voz
ya vestida de lunas,
desde las primeras de la infancia.
La mano prodiga
una ternura de niño,
esa mano pródiga de azúcar.
Tenue ingravidez
en colibrí y luciérnaga.
Yo la suspendo en la mirada.
La luna suspensa,
una ave planea
y el azul sigue infinito.
Cuando escribo
un canto llega hasta mí,
de una ave o de una madre amable.
Pienso una rosa,
siento tantos sueños.
Me quedo en tus formas.
Adelfo Morillo
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