Reverón
La
lluvia en la casa del pintor nos llevaba a adivinar
el
curso del agua sobre la tierra del patio.
De
un trozo de árbol extraía los colores.
Un
hierro viejo fue su campana para llamar a los ángeles.
Una mujer moribunda retiene aún en sus ojos la imagen del artista.
¿Dónde podríamos verlo de cuerpo entero dibujando
las figuras amadas?
No
queda nada en la casa del pintor.
Los fardos que ansiaba llenar de colores
cuelgan destrozados por el viento.
Después protegiéndonos de la lluvia juntamos nuestros
cuerpos contra el muro del estudio solitario.
El
pintor se quedó en nosotros como un espejo
profundo donde nos miramos.
Jesús
Enrique Guédez
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