En El Picacho 8
Un día después del almuerzo me fui hasta
la canoa, el río había bajado bastante su caudal, yo llevaba los aperos de
pesca, y le coloqué al anzuelo de carnada un pedazo de blanco pobre que
terminaba de pescar, lancé el guaral lejos y me estuve esperando, pensaba en mi
papá y en mi mamá, pensaba en lo que yo sería, cuando fuera grande, pensaba en
las muchachas bonitas que estudiaban en el kindergarten, donde yo también
estaba estudiando, y sé que pasó bastante tiempo y no ajilaba, me cansé y me
fui a la casa, allá me estuve montando sobre un palo de escoba, que para mí era
un caballo muy veloz y hasta volaba sobre el mágico caballo, y me acordé del
guaral que había dejado amarrado de la canoa, me llegué hasta allá y empecé a
halar y lo sentía pesado, y estuve halando hasta cuando salió a la superficie, frente
a la borda de la canoa una raya muy grande, la vi y del susto solté el guaral y
subí corriendo el barranco, para llegar gritando a la casa y decirle a mi papá
que había pescado algo muy grande y feo, mi papá bajó conmigo hasta la canoa, y
cuando haló, miramos una raya sobre otra, y mi papá dijo Sí, son dos rayas que están encastando…, le sacó el anzuelo y se
las dio a un vecino, este se las había pedido porque la grasa servía para
remedio, y que él también las preparaba y era un manjar muy sabroso…
Otro día almorzábamos bagre guisado, yo me
comí la carne y aparté el cuero, y después de almorzar me fui con una cabuya y
el pedazo de cuero del bagre hasta la chalana que estaba encallada y abandonada
frente a la casa, el río tenía menos de media caja de agua, y me ubiqué sobre la
cubierta de la chalana, amarré con la cabuya el pedazo de cuero como carnada, y
la lancé al río y halé fuerte y venían varios caribes pegados del cuero,
cayeron sobre la cubierta y saltando volvieron a caer al río, y volví a lanzar
el pedazo de cuero amarrado con la cabuya, volví a halar fuerte y otra vez
venían varios caribes pegados del cuero, cayeron saltando sobre la cubierta, y
con la mano derecha quise retenerlos, para que no se fueran al agua, y uno de
ellos me mordió el dedo meñique, sentí el pinchazo de los dientes, y volví a
mirar como caían al río con sus colores plateados y rojos, y yo me fui hasta
donde mi mamá, le conté lo que me pasó, me curó y con todos los años que han
pasado, todavía conservo la cicatriz de esa mordida de caribe en el dedo
meñique de mi mano derecha…
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