viernes, 14 de octubre de 2016

Cuando te miré


Cuando te miré

Cuando te miré,
esa primera vez no la olvido,
no puedo olvidar esas formas para mí primerizas,
y comencé a hacerme ilusiones,
me acerqué, te hablé,
temblabas nerviosa,
y luego te seguí los pasos,
y seguías temblorosa.

Al tiempo me di cuenta de eres temblorosa,
no sé cuál es la causa
de que haya gente temblorosa.

Me viene la imagen del colibrí,
cómo se mantiene suspenso
frente a una flor y a otra flor,
y el colibrí no es tembloroso.

Cuando te miro,
me sumerjo en cada una de tus formas
y frente a ti también me mantengo suspenso.

                                                                       Adelfo Morillo 

Cada momento contigo


Cada momento contigo

Cuando estoy a solas,
pienso ayeres y posibles momentos placenteros,
me detengo en cosas pequeñas y sencillas.

Cuando estoy contigo,
me abruma tu largo silencio,
tanto como una espera,
y aun así viajo la mirada sobre ti toda,
tus negros cabellos,
tu piel lisa y suave,
tus muslos redondeados,
y cada momento lo disfruto como es, irrepetible.

Me gusta escuchar canciones,
su música me desborda,
cómo me gusta mi lectura en silencio,
y cuando camino, paseo o viajo,
me distraigo, miro, pienso, siento,
y cuando estoy contigo
todo eso lo abstraigo en tus perfumes.


                                                                    Adelfo Morillo

Luis Mariano

Luis Mariano

La primera vez cuando escuché Cerecita,
fue en Zaraza,
estábamos en un intercambio amistoso,
los equipos masculinos de voleibol y basquetbol,
fuimos desde la Villa de Todos los Santos.

Tantos años después escuché a Luis Mariano
en una entrevista que le hizo Julio Carrillo,
en una emisora de Mérida,
yo estaba en Mérida,
allá me gradué en Letras,
y ya dictaba clases de Literatura.

Y mientras lo escuchaba,
me iba inundando de una pelusa sensual,
Luis Mariano hablaba poesía,
hablaba con voz de pascua de su Canchunchú Florido,
de su matica de ají dulce,
del tomatico balita pintadito de carmín.

Escucho sus canciones,
leo su poesía,
sabía la esencia sencilla del castellano,
y un día se fue con casi cien años a cuestas,
y ahora en tiempos de lluvia y en tiempos de sequía,
al amanecer, de día y de noche,
te recuerdo y así te siento inmortal.
                                                            Adelfo Morillo


Ahora dibujo estas líneas

Ahora dibujo estas líneas

Destrocé el auto contra un árbol,
aun no comprendo, cómo salí ileso,
solo una herida en la cabeza,
otra en el párpado.

Ese instante fue un celaje,
era de noche y llovía,
horas después iba de regreso del hospital,
pasamos frente al sitio del accidente,
el compadre me tomó una fotografía.

A los días me quitaron la sutura,
tampoco entiendo por qué
en ningún momento sentí nada de dolor.

Ahora hace ya dos años de aquel suceso,
ando a pie desde entonces,
disfruto más cada momento y espacio,
camino por las calles,
me inundo de brisas, olores y colores,
camino, miro y dibujo estas líneas.


                                                         Adelfo Morillo 

En esta Villa de Todos los Santos

En esta Villa de Todos los Santos

Me sorprende cada cosa que sucede
en esta Villa de Todos los Santos.
Dios nos habla en cada momento,
entendamos su Majestad.
Yo no comprendo sus mensajes,
no logro ser adivino,
quiero que me hable con claridad.

No me gusta ir a la tierra de los difuntos,
solo son despojos,
pienso en sus espíritus,
quizás están muy cerca, a mi lado.

Creo en Dios,
a Él temo, a Él oro, a solas, en silencio,
en cada amanecer voy a su encuentro,
me voy al patio, miro las plantas y las flores.

Purificamos las palabras,
mejoramos las obras,
alzamos palabras tiernas
y santificamos tu Nombre.

Nos llenamos de alegría,
nos arropa un incendio de fe
y el amor nos salva del mal.

Hay un fuego que nos renueva,
es zarza ardiente de Dios,
venzamos la ira,
florezcamos en alegría,
así andamos en Dios.
                                                   Adelfo Morillo


lunes, 15 de agosto de 2016

Auge y caída del café


Auge y caída del café                     Eloi Yagüe Jarque

       Hace 120 años Venezuela llegó a ser la primera potencia cafetalera mundial. La historia del país se mezcla en buena parte con la historia de esta planta aromática de origen etíope. El primer cafeto llegó a Venezuela, y sembrado por misiones españolas asentadas en la cuenca del río Caroní en 1730, traído desde Brasil, a donde había llegado a su vez desde Surinam o Cayena. Allí lo recibieron, asimismo, de Martinica y Guadalupe.
       En Chacao, en las cercanías de la población de Caracas, se levantaron en 1784 las primeras plantaciones cafetaleras en la hacienda Blandín, gracias al esfuerzo de Bartolomé Blandín, o Blandaín. Más tarde esa experiencia fue secundada por los presbíteros Sojo y Mohedano, en las haciendas de San Felipe Neri, y La Floresta. La primera taza de café en el valle de Caracas fue tomada en 1786, hace 230 años. El cultivo del café se extendió a los valles de Aragua a partir de 1784, pasando luego a las provincias de Carabobo y Barcelona. En 1776 se observaron cultivos en Cumaná y Río Caribe. Hacia 1780 el cultivo se difundió en tierras andinas: en Mérida, donde a pesar de una temprana introducción, probablemente antes de 1777, comenzaron a fundarse plantaciones después de la guerra de independencia.
       En Táchira, Gervasio Rubio lo introdujo en 1794 a la hacienda La Yegüera, en las inmediaciones de la población que más tarde, en 1885, sería llamada Rubio; en Trujillo, probablemente introducido por Francisco de Labastida en 1801, y siguiendo por los Andes tachirenses, el cafeto continuó su viaje hasta Colombia, penetrando por Cúcuta y Salvador de las Palmas. Hacia 1809, según José Domingo Rus en su descripción geográfica de la provincia de Maracaibo, en Mérida abundaba el café, en Táchira se daba mucho, y en Truijillo ya había algún café.
       Poco a poco el café fue desplazando al cacao como el principal rubro de exportación de la economía venezolana que había reinado casi solitario en la escena económica nacional entre la segunda mitad del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX, declina visiblemente en su predominio desde principios del XX.
       Desde inicios del siglo XIX el consumo mundial de café se había incrementado rápidamente, especialmente en Estados Unidos, Alemania y Francia. Hacia 1830, la sustitución del cacao por el café ya es un hecho. Así como Carúpano fue el principal puerto de exportación de cacao en Venezuela, el puerto de Maracaibo se convierte en la salida natural de las exportaciones cafetaleras de la región andina y del departamento colombiano de Norte de Santander.
       Hasta 1895 Venezuela ocupa el tercer lugar entre los mayores productores mundiales de café, tras Brasil y las Antillas holandesas. Entonces, el país producía entre 6,5 y 6,7 por ciento de la producción mundial, y entre 15 y 16 por ciento del total mundial de los cafés suaves. Al año siguiente, en 1896, Venezuela se convirtió en el segundo productor mundial y en el primero entre los grandes productores mundiales de cafés suaves.
       Hasta la I Guerra Mundial (1914-1918) subsistió la estructura económica heredada del siglo XIX, con el predominio de un régimen de monocultivo agroproductor, liderado por el café. Pero la situación, en el fondo, había cambiado: los precios internacionales del café conocían una acentuada caída desde 1898 como resultado de la sobreproducción brasileña, eliminando de la competencia en los mercados internacionales a la producción venezolana.

       En 1919 se alcanzó el punto culminante en la exportación de café, cuando esta superó las 82 mil toneladas. Después vino el descenso en caída libre: en 1920 descendió al tercer lugar, en 1925 al cuarto, en 1931 al quinto, en 1932 al sexto, en 1933 al octavo. A partir de allí la caficultura experimentó alzas y bajas en la producción, por la incidencia de las dos guerras mundiales, la aparición del petróleo, la Gran Depresión, la sobreproducción cafetalera del Brasil y la desacertada política agrícola oficial venezolana.