lunes, 15 de agosto de 2016

No sé cuántas lunas más

No sé cuántas lunas más        

               La luna coqueta acompasa mi alegría.
               Ahora la miro blanca como harina en luz diurna,
               y el cielo se muestra en una sola taza azul.
               Me estuve en el patio
               luego me vine tras estas líneas.
               No sé cuántas lunas más llenarán mis ojos,
               sigo con la certidumbre del agua fresca en mis labios.
               A ti me acerco por mi postigo secreto,
               que atesoro entre mis manos.

               Tanto me muestran
               el río y la aurora.
               Aun no llegan al olvido.

               La clara tarde
               a veces se destaca
               con perfume cenital.

               Anoche estuve con Dios,
               estuvo en mi sueño,
               me dio fe en su palabra.
              
               No existe el silencio.
               Siempre hay sonidos,
               en la lluvia, en tantas cosas.   

               Ahora me alegran
               las plantas bajo el lucero.
               Son certeza de encuentros.

               Llenos de luz
               me acompañan flores
               y música de arpas.

               Desde aquella tarde
               llevo conmigo luz de tus ojos
               y los colores de tu cabellera.

               Lejos algo acontece,
               alguien lo contempla,
               quizás alegría o tristeza.

               La mentira urde,
               inventa patrañas,
               yo sueño tejer un verso.

               Nada muere,
               solo viaja en silencio,
               en silencio sin olvido.

               Esta es mi voz
               ya vestida de lunas,
               desde las primeras de la infancia.

               La mano prodiga
               una ternura de niño,
               esa mano pródiga de azúcar.

               Tenue ingravidez
               en colibrí y luciérnaga.
               Yo la suspendo en la mirada.

               La luna suspensa,
               una ave planea
               y el azul sigue infinito.

               Cuando escribo
               un canto llega hasta mí,
               de una ave o de una madre amable.

               Pienso una rosa,
               siento tantos sueños.
               Me quedo en tus formas.

                                                                 Adelfo Morillo  

miércoles, 10 de agosto de 2016

Antonio Estévez Músico por intrincado camino de luz


Antonio Estévez    Músico por intrincado camino de luz

       Una de nuestras carencias es la falta de querencia por lo nuestro, y de manera específica padecemos la carencia de la escasa difusión literaria y musical de nuestros creadores de escritura y de música; y como garúa en tiempo de lluvias Vitrales Editorial, en la Colección Índigo, publicó en 1985,  en Caracas, Florentino y el Diablo, las tres versiones completas de 1940 -1950 y 1957, poema de Alberto Arvelo Torrealba; digo, garúa en tiempo de lluvias, porque esta obra como tantas otras de real valía cultural no vuelven a ser editadas; y a esto se suma otra de nuestras carencias el poco porcentaje de lectores cotidianos en nuestro país; y es así cómo de esta edición de 1950 transcribo buen fragmento de la carta que le escribe Alberto Arvelo Torrealba al maestro villatodosantino Antonio Estévez, después de que este dirigiera la Cantata Criolla, de la cual él también es el creador; esas letras sentidas con un poco más de medio siglo de Arvelo Torrealba, Dios quiera y ocupen, sobre todo en los niños y jóvenes de este inicio del tercer milenio, más tiempo en sus curiosidades cotidianas que el Pokemon Go de estos días que vivimos  


Carta de Alberto Arvelo Torrealba a Antonio Estévez
(Publicada como carta pública en el diario El Universal de Caracas, el   13 de diciembre de 1961).


Acarigua, 6 de diciembre de 1961

Señor
Profesor Antonio Estévez
Caracas.

Querido y admirado amigo:

       Conocía su estupenda Cantata Criolla sólo por grabaciones. Hoy, después de haberla escuchado en el estadio de Maracay,con intervención de la Orquesta Sinfónica de Venezuela, de los solistas Antonio Lauro y Teo Capriles y de varios selectos grupos corales de Caracas; y tras el cordial entusiasmo con que usted, su gentil esposa y todos los artistas del proscenio nos agasaron después del acto a mí y a mi mujer, al reconocernos entre la multitud, quiero reiterar y ampliar por escrito lo que en esa oportunidad esbocé en breves palabras imprevistas.
       Convalecía entonces de fuertes quebrantos en mi salud, y la emoción, es cierto, halló campo favorable para conmoverme en forma inusitada al comienzo del acto, casi hasta inhibirme de gozarlo en plenitud. Esa sacudida afectiva se revivió en los episodios del aljibe de arena. Pero contrariamente a lo que podía presumirse, cuando resonaron los cascos del caballo, heraldos del vaquero sombrío; cuando el solo de Lauro, trágico y desafiante, hondo de llanería diablesca, encarnó la presencia del espanto, y los coros la tremoliaron hasta desvanecerla; y sobre todo, cuando la voz de Capriles, inmensa y solitaria, estiró aquel sabana, sabana, tierra que hace sudar y querer, como enrumbada hacia las señeras soledades sin jorobas; entonces aspiré una saludable sensación del patio familiar tranquilo. Entré en mi mundo. Me di cuenta de que aquella era la misma gente mía, mis propios hijos mayores, a quienes puse una vez a pelear por prepotencias ideales, y que ahora tornan a mí, vestidos de gala, ricos y enaltecidos, pero con el mismo amor y el mismo dolor de la patria con que de mí se fueron.
       Mucho debe mi poesía a los preclaros músicos y compositores que la han interpretado. Majadero inquisidor de mis propios versos, aun de aquellos ya incorporados a mis libros, creo, sin embargo, que la mínima retribución al regalo de un aire musical selecto para una poesía, es menester a ésta intocada, inmune a la propia incorfomidad, como reverencia espiritual a la música que la enaltece. Tal regla, con todo, he dejado de cumplirla con respecto a Florentino el que cantó con el Diablo. Hecho por el cual debo a usted y al público una explicación.
       A principios de 1950, decidí reestructurar la versión originaria de ese poema, para darla a la edición extraordinaria de El Nacional de ese año. Como quedaban pocos meses para el arreglo, y dado el carácter antagónico de los personajes, procedí, en fiel introversión de sus fueros, a darles plazo fijo para presentar su pliego de puntas, réplicas y contrarréplicas en la ampliación de la porfía. Vencido ese lapso, con el juicio contradictorio de los copistas aún en fogueo, di por clausurada la nueva versión y la mandé puntualmente al periódico. Pero los pensamientos rivales quedaron trabajando, en los términos toldados del subconsciente. –Ardides del decir, retruques, saetas, refranes alusivos, retruécanos, alardeos epigramáticos, se multiplicaban, esgrimidos por los contrincantes, en clave recíproca. En virtud de esa íntima querella, a raíz de publicada la nueva versión, ya se gestaba otra de mayor amplitud, aun sin yo quererlo.
       Para ese momento –agosto de 1950- según me lo explicaba en Roma el insigne Profesor Plaza, ya usted tenía casi lista la CANTATA CRIOLLA. Acaecieron, a partir de entonces, varios hechos artísticos extraordinarios.
       En primer lugar, usted se impuso la tarea titánica, perdiendo quizás varios años de trabajo, de rehacer la partitura, precisamente en la parte de la misma que debía llevarle más tiempo : todo el Reto más el comienzo de la Porfía. De este modo, la CANTATA CRIOLLA, interpretaba, en su mitad inicial la versión de 1950, mientras que el resto de la obra, quedaba sin cambios de fondo, concordado a la versión originaria de 1941.
       Por otra parte, al estrenar usted su obra, la música rebalsó la poesía. Por el cauce estrecho de mi Apure coplero , usted puso a correr el Orinoco de su fantástica imaginación musical. A los versos del contrapunteo se asociaron, despertando sugestiones insospechadas, los austeros contornos de las melodías. A cada lado de las estrofas interpretadas, y por ende a la vera de todo el poema, quedaron, por magia de la música, cual en la vecindad de los ríos después de las crecidas, inmensos charcos luminosos, grávidos de imágenes inéditas. Por eso en los últimos toques que di a mi obra al forjar en 1957 la versión definitiva, tuvo que haber algo, acaso mucho de interpretación a esos ecos de su interpretación.
       Finalmente esa música, como una clarinada, como un alerta de gallos madrugueros, reactivó el espíritu combativo de mis personajes. Y sucedió lo que tenía que suceder: en la nueva planificación de la obra los copleros rivales, en contumacia casi anárquica, se prevalieron de mi entusiasmo, para desbocarse en el desahogo ilimitado de sus argumentos reprimidos.
       Así nació, con posterioridad a la CANTATA CRIOLLA, la versión última de mi poema…
       Siento mucho, mi distinguido amigo, que no me sea fiable finalizar esta carta con un juicio técnicamente apreciativo de su gran obra, por ser yo un perfecto profano en la especialidad artística donde usted campea. Mi vieja llanería sí puede, en cambio, intuir la siguiente apreciación objetiva:
       Armonizando antítesis, como en dialéctica de embrujo, su Cantata se nos revela sosegadora e inquietante, llana y profunda, universal y criolla, popular y erudita, real y fantasmágorica. Su fondo permanente es rebeldía. Su fuerza humana, la virtualidad de conmover muchedumbres y de pasmar maestros. Su proeza artística, hacernos oír, bajo el cielo de América, con virgen voz americana, el ronco son de remos con que aun golpean a los siglos los trágicos barqueros de la Estigia y del Aqueronte. Dentro de lo musical, la concurrencia de esos rasgos típica el signo demoníaco. Lo cual da a usted sitio de honor entre los grandes músicos de inspiración diabólica que patrullea Paganini.
           De usted, cordialmente,
                                           
                                              Alberto Arvelo Torrealba
    

       Antonio Estévez es un desconocido en nuestro país, si queremos conocer algo de este insigne maestro de música y de composición musical vayamos a encontranos con otra garúa en tiempo de lluvias, la Biblioteca Ayacucho publicó en mil novecientos ochenta y dos, en Caracas Iconografía de Antonio Estévez, y en esta aparece de prólogo la Biografía e interpretación de la Obra, escrita por José Balza; y si nos topamos con esta joya literaria, sorpresa, ahí podemos leer al final como nota epílogo este escrito del villatodosantino y mundial músico


Los Intelectuales y su Compromiso                               Antonio Estévez

La clasificación de intelectual es un término que es bastante vago, según mi manera de verlo, porque intelectual es toda persona que tiene una actividad donde el intelecto funcione, ya sea en ciencia, en arte, religión, política, filosofía, y en todas las actividades del pensamiento humano.
En lo que concierne al arte y, específicamente, lo que me atañe a mí, que es la parte musical, y obedeciendo a la pregunta amplia de si el artista está comprometido con la sociedad, con su país, con la cultura, con los movimientos que rigen un poco la conciencia de estas personas en el ámbito universal, siempre hay un compromiso. Lo que pasa es que esto se ha tergiversado un poco hoy, se ha creado una especie de compromiso de tipo político, compromiso con una línea política determinada. No se puede decir que esto sea negativo ni tampoco que sea positivo; sino que aquéllos que estén afiliados a una ideología, a un carnet, a un partido, sobre todo si ese partido tiene tendencia predominantemente totalitaria, entonces, es posible que el artista acceda a doblegar su criterio individual y subjetivo,  su libertad de creación, que dicho criterio no sea respetado. Y yo creo que cada quien hace con su conciencia y con su cerebro lo que le parece.
Todo esto no quiere decir que cualquier creación artística no esté comprometida; lo está: con la cultura, con el país, con todos los pueblos, con todo el pensamiento humano. Lo que pasa es que se quiere dar un viso de que es un arte alejado de la sociedad o algo muy particular del artista. He dicho que toda creación artística está comprometida, pero de eso a que el artista tenga que hacer cierto tipo de arte porque es lo que conviene o lo reclama una determinada ideología, creo que hay un largo trecho. Yo hago lo que creo que debo hacer con toda mi libertad de pensamiento, con toda mi actitud frente a la responsabilidad, primero ante mi conciencia y después ante las circunstancias, los estilos, las condiciones de mi época…
Se ha criticado mucho que el arte es elitesco no solamente aquí, sino en todo Occidente, que se produce para ciertas clases privilegiadas o ciertas clases que están en condiciones de asimilar, vivir, sentir esas expresiones artísticas. Según mi punto de vista, el arte sí hay que catalogarlo en esa forma; lamentablemente, el arte es un poco elitesco. Creo yo que existe diferencia entre una obra de arte y cualquiera otra expresión artística enmarcada dentro de lo que se denomina arte popular, arte folklórico. Siempre hay una tendencia por parte del público consumidor a irse por la cosa fácil, que no tenga que trabajar mucho, sino gozarlo y vivirlo, oírlo, verlo o leerlo sin hacer mucho esfuerzo. Esto no quiere decir que el arte popular sea menos o más que cualquier otra expresión de arte erudito, elaborado, pensado. Sin intención de menospreciar, de marginar, sin dejar de reconocer que el arte popular es también expresión del hombre, el artista en el momento de creación una de las cosas que se plantea es que su obra esté imbuida de ese mejor concepto del hombre, que resume lo mejor que el hombre ha acumulado a través de su historia, desde los griegos hasta nuestros días. Esa es, a mi juicio, la diferencia que existe entre una obra de arte que puede perdurar, que puede tener un mañana relativo o grande, y otras manifestaciones artísticas que son pasajeras, que alimentan la moda y que a veces llegan a lo trivial, a los lugares comunes.
Realmente hay una diferencia, porque si no todos nos dedicaríamos a hacer arte erudito, elitesco, para determinada clase; o bien, nos dedicaríamos a escribir música de la que se oye en casi todas las partes del mundo: música fácil.
Ser artista no es un privilegio; es un compromiso, una responsabilidad con la cultura, con el país, con el mundo.



       El villatodosantino Antonio Estévez comienza a andar desde muy joven intrincado camino de luz, seis es una hora de amanecer o de atardecer, y seis numerado y seis por derecho son notas de ritmos que vuelan en el arpa, cuando es interpretada por arpistas de la estirpe de Ignacio Indio Figueredo, de José Joseíto Romero Morillo, o de Lucio Mendoza, y aquí en forma de cuña damos respuesta a Ilan Chester que en Llanos Tesoros de la música venezolana dice que de Lucio Mendoza, autor de la música de Cajón de Arauca Apureño,  luego de mucho investigar y preguntar, nada pudimos precisar sobre su trayectoria, y se da la buena circunstancia de que quien esto escribe, Adelfo Morillo soy primo de Lucio Mendoza; y es porque cuando nos soltamos a atravesar los caminos del llano, en cualquier estero, mata, laguna, río o sabana nos encontramos con los ecos de lejos o de cerca de sonidos y de voces, que se fueron enlazando en las tantas inquietudes, curiosidades y búsquedas de Antonio Estévez, él desde muy pequeño empieza por desandar nuevos rumbos, le inquieta el zumbidoulular de las chicharras, curiosea en las aguas que son chapoteadas a pie, a caballo, en curiara o en bongo, y nunca deja de buscar el sonido que salpica en lluvias, chubascos o en el cuenco cuando cae trambucando en el agua del jagüey; el villatodosantino Antonio Estévez caminaba, con inquietudes, curiosidades y búsquedas, y no sospechaba que andaba haciendo historia, y si nos detemos a escuchar, percibiremos su real historia musical, porque así lo pregona ahora cada voz ronca del bordón en el arpa, y lo confirma el gallo con su canto que se va en cantilena continua con el aire hasta el gallo de allá y el de más allá, porque mientras Antonio Estévez tuvo aliento no le dio tregua a sus inquietudes, curiosidades y búsquedas; creaba, y seguía buscando en el sonido que hacen las abejas en la colmena, en el canto de la pavita o del cucarachero madruguero, y es así como tan excepcional músico crea la Cantata Criolla, y la rebasa, y sigue curioseando nuevas búsquedas, y él hablaba de su alma de tormentos, no de dolores sino de amores por encontrar nuevos acordes y otras mieles para la composición, y siempre lo cautivaron los sonidos, desde los más ordinarios hasta los más sutiles de la abstracción, y siguió buscando en los zumbidos que hacen los trompos y zarandas cuando bailan, en el ronco y lejano tañer de campanario de aldea, en el sonido del cuatro, en el repiqueteo de las maracas, y en el sonido en sabana abierta de truenos fieros y de rayos por sobre los esteros, y seguramente también buscó en los sonidos del bongo que tiene un golpe sombrío; y sí, este villatodosantino Antonio Estévez aun persiste en andar intrincado camino de luz, y sin dudas por eso sigue siendo un desconocido aquí en su terruño Villa de Todos los Santos de Calabozo, y a lo largo y ancho de nuestro país, Venezuela; porque son tantas nuestras carencias, no somos lectores, y a los grandes venezolanos y venezolanas en vida de ellos no sabemos rendirle reconocimientos ni honores, y por eso a más de veinticinco años de haberse ido de este mundo físico, todavía no sabemos cómo rendirle glorias a tan insigne villatodosantino, Antonio Estévez…

                                                                                           Adelfo Morillo



sábado, 2 de julio de 2016

Somos de maíz


Somos de maíz
                                                                                Eloi Yagüe Jarque

       Cuentan que el maíz viene de allá arriba y que al comienzo pertenecía a la Dueña del lugar, a la Dueña de la montaña que vivía allá en una cueva. En aquella época la gente tenía mucha hambre y entonces vieron salir a las hormigas de la cueva de la Dueña y las vieron salir con granos de maíz sobre sus espaldas. Entonces, la gente llamó al pájaro carpintero para que abriera con su pico un hueco en la piedra. El pájaro no pudo. Entonces llamaron al rayo, que lanzó una descarga muy fuerte. Toda la roca tembló y se rompió y entonces los granos quedaron libres. Los hombres tendieron la mano para recibir el grano sagrado y se lo llevaron a sus casas y lo plantaron y tuvieron una muy buena cosecha. Un día apareció una mujer en la milpa y dijo: Yo soy la dueña del maíz, yo soy el grano que entierran, espero que aprecien esto, espero que no me olviden y me celebren muchas costumbres.
       El anterior es un fragmento de la novela Hombres de Maíz del nobel de literatura Miguel Ángel Asturias Rosales (Ciudad de Guatemala, 19 de octubre de 1899; Madrid, 9 de junio de 1974). Asturias fue un escritor, periodista y diplomático guatemalteco que contribuyó al desarrollo de la literatura latinoamericana, influyó en la cultura occidental y, al mismo tiempo, llamó la atención sobre la importancia de las culturas aborígenes, especialmente las de su país natal, Guatemala.
       En dicho fragmento, se establece el origen mítico y sagrado del maíz; los dioses se lo regalan a los humanos para su sustento. Así se establece en libros sagrados de la cultura maya como el Popol Vuh y el Chilam Balam. Por eso, los mayas creían estar hechos de maíz. Todas las mitologías aborígenes americanas hacen referencias al maíz o a la mazorca y describen estos como una ofrenda que los dioses hicieron a los hombres.
       La mayoría de los historiadores creen que el origen geográfico del maíz y su domesticación se localiza en la denominada Mesa Central de México, a una altitud de 2.500 metros. En ese lugar, el antropólogo estadounidense Richard Stockton MacNeish encontró restos arqueológicos de plantas de maíz que, se estima, datan de hasta hace 10 milenios (10 mil años). En las galerías de las pirámides americanas todavía pueden observarse pinturas, grabados y esculturas que representan el maíz.
       Los olmecas y los mayas cultivaban numerosas variedades en toda Mesoamérica. En Mesoamérica y Centroamérica, el maíz se consume nixtamalizado, es decir, cocido con cal, lo cual permite procesar con más facilidad los granos y asimilar mejor los nutrientes.
       La expansión de los cultivos a través de gran parte de este continente comenzó alrededor de 2.500 años antes de Cristo. El maíz llegó hasta Perú, donde lo conoció la civilización inca. La palabra choclo viene del quechua. Uno de los rituales más importantes del calendario inca  fue la Capacocha o Capac Hucha, el cual consistía en realizar fiestas y ofrendas de reconocimiento y gratitud al ancestro inca Mama Huaco, quien le había dado al imperio inca el primer maíz.
       En el territorio correspondiente a Venezuela, Colombia y Panamá, se consume la arepa desde tiempos precolombinos. En Venezuela las tribus cultivaban nueve tipos de maíz: blanco, para asar; blanco y negro, maíz largo, color ceniza y el llamado por los españoles maíz cariaco, mientras que los cumanagotos lo llamaban erepa; de allí su nombre actual.
       Después de la conquista de este continente, los conquistadores españoles llevaron el maíz a Europa, José de Acosta, un viajero filósofo y jesuita español en el siglo XVI, contrastó al maíz con el trigo, la yuca y el casabe al decir que el primero es más grueso y más cálido y engendra sangre. Él también menciona que la arepa tiene forma de un disco solar y el budare es como piedra o arcilla de sacrificio para el rito del primer pan.
       Pedro Ruiz de Tapia, el contador del rey en Venezuela en 1548, señala que las arepas –tal como hoy- eran racionadas al pueblo; cada aborigen recibía tres arepas de maíz por día para el almuerzo y la cena.
       En resumidas cuentas, el maíz era estimado por los pueblos autóctonos como un regalo de los dioses, una conexión del pueblo con su tierra y una representación de la vida agrícola y familiar. En verdad somos hombres (y mujeres) de maíz.


       *Tomado del diario Últimas Noticias, en su edición del domingo 5 de junio del año 2016…

lunes, 23 de mayo de 2016

Vocablos de lenguas aborígenes en el castellano de Venezuela 1


Vocablos de lenguas aborígenes en el castellano de Venezuela      1

       Las lenguas aborígenes asentadas en este continente, que se denomina en lengua quechua pachamama, madre tierra, tienen como denominador común la transmisión oral, y aquellos primeros momentos de asombro, cuando Cristóbal Colón y acompañantes desembarcan de su tercer viaje en playas de la costa de Paria, Venezuela, agosto de 1498, uno de los elementos de asombro fue el encuentro de lenguas diferentes, las que conversaban los distintos habitantes de estas tierras con las que traían los recién llegados, de manera preponderante la lengua castellana; y ese tiempo de imposición de la lengua castellana sobre las lenguas nativas ha sido un lapso de más de quinientos años, y tanto ha sido el predominio de la lengua castellana, que apenas han pasado cientos de palabras de estas lenguas aborígenes a la lengua castellana de uso general, y en nuestro convivir cotidiano las empleamos, pero no tenemos la mínima idea de que estamos empleando vocablos nativos; de aquí me motivo para presentar ante ustedes, amables lectores, estos vocablos de lenguas aborígenes que han sido llevadas al castellano en Venezuela, van a encontrar en estas líneas los nombres de los pueblos y de sus lenguas, lugares donde todavía se localizan, y algunas otras especificidades de carácter anecdótico, atrayente o ilustrativo.
                           
acure, de la lengua caribe curi, con a protética, añadida.
achagua, aborigen de la tribu nómada achagua, habitante de los ríos Meta y Casanare, entre Colombia y Venezuela, y de lengua achagua; achagual es vocablo sinónimo de aguazal.
achiote, de la lengua náhuatl achioti; bija, Bixa orellana, también se le dice acote, onoto. Nahua, náhoa, náhuatl, náhuatle o náguatle, aborígenes de México; también es lengua con alguno de esos nombres.
aguacate, de la lengua náhuatl; Persea gratissima.
alpaca, de la lengua quechua o quichua paco, rojizo; esta lengua todavía se habla en Ecuador, Colombia, Perú, Chile, Bolivia, y en la región andina de Argentina.
ananá, ananás, de la lengua guaraní; guaraní, en esta lengua abá guariní, hombre de guerra; lengua guaraní o tupí guariní, hablada hoy en Paraguay y regiones limítrofes, particularmente en la provincia argentina de Corrientes; el tupí es afin al guaraní; Ananas sativus.
anón, de la lengua caribe; los caribes son aborígenes extendidos por las Antillas, hay grupos caribes en partes de las costa venezolana, con nombres de galibi, caribiri, macuri, acavoio, ipuricoto, arecuno; y la lengua caribe se habla del norte de Amazonas hasta las Guayanas, en Venezuela y en las tierras bajas colombianas; las Antillas se dividen en Grandes y Pequeñas Antillas o Antillas Menores: Las Grandes Antillas son Cuba, con las islas próximas de Pinos (Cuba) y Gran Caimán y Caimán Brac, británicas; La Española o Santo Domingo (compartida por Haití y la República Dominicana, con las islas próximas de Gonave y Tortuga (Haití), Jamaica y Puerto Rico, Estado libre asociado a Estados Unidos, con las islas de Mona, Culebra y Vieques. Las Pequeñas Antillas o islas caribes se dividen en islas de Barlovento e islas de Sotavento, las de Barlovento los británicos las consideran en dos grupos, Leeward y Windward y son Vírgenes, archipiélago con las islas de Santa Cruz, Santo Tomás y San Juan, estadounidenses; y Tórtola, Virgen Gorda, Anegada y Jost Van Dyke, británicas; Anguila, británica; San Martín, francesa y holandesa; Dominica, San Bartolomé, francesas; San Eustaquio, Saba, holandesas; Saint Kitts y Nevis, Antigua y Barbuda, Monserrat, británicas, Guadalupe y María Galante, Martinica, francesas; Santa Lucía, San Vicente y Las Granadinas, Barbados, Granada, Trinidad y Tobago, independientes. Las islas de sotavento son Margarita, Tortuga, Orchila, Los Roques, Islas de Aves, venezolanas; Bonaire, Curazao y Aruba, holandesas. Las islas Bahamas o Lucayas son Gran Bahama, Pequeña Ábaco, Gran Ábaco, Andros, Eleuthera, Gato, Long Island, San Salvador o Watling (Guanahaní), según opinión generalizada primera tierra de esta pachamama a que llegó Colón; Crooked, Acklins, Mayaguana, Gran Inagua, integradas en el Estado de Bahamas, y Turks y Caicos británicas.
anón, voz de la lengua caribe.
Apure, vocablo de la lengua achagua, con significado de más lejos.
Arauca, araucano, voz de la lengua achagua.
arecuna, habitantes y habla del alto Caroní, Venezuela.
arepa, voz de la lengua cumanagota, erepa, y significa maíz.
arequipa o arequipe, vocablo de la lengua quechua, arí quepay, sí, quédense, o de la lengua aymara, arí quepan, trompeta sonora, en Perú.
atol, atole, de la palabra mexicana atolli.
atures, pueblo y lengua, habita a orillas del Orinoco, Amazonas, Apure, Bolívar; también Atures es nombre de un río en el Estado Apure, Venezuela.
auyama, vocablo aborigen; Cucurbita maxima.
Ayacucho, voz de la lengua quechua, con significado de rincón de los muertos.
azteca, última tribu de los nautlatas establecida en el valle de México.


baba, aborigen de Ecuador, tribus que vivían a orillas del río Babahoyo, y Babahoyo también es nombre de ciudad ahí en Ecuador.
banana, voz de la lengua chaima, chaimas del noreste de Venezuela; esta lengua es derivada de la caribe, del caribe balatana, plátano, planta musácea; de Musa, notable médico del emperador romano Augusto, y estas plantas se dedican a tal médico Musa.
baniva, aborigen de la tribu araucos del sur de Venezuela.
bare, aborigen del Amazonas en Venezuela.
batata, vocablo de la lengua araucana, otros le dan origen de la lengua taína, habitante del alto Orinoco y de las Antillas; lengua que todavía se habla en el noroeste de Brasil; Convulvulus batata.
batea, unos dicen que es de lengua taína, y según otros procede de la lengua árabe batiya.
botuto, voz de lengua caribe.   

Adelfo Morillo

sábado, 14 de mayo de 2016

El inconcluso aprendizaje de la lengua castellana por más de cinco sentidos


El inconcluso aprendizaje de la lengua castellana por más de cinco sentidos

      La instrucción pública, artículo publicado por Simón Rodríguez en 1825; véase Selección de documentos, en Biblioteca Familiar.
       Gramática castellana para el uso de los americanos, escrita por Andrés Bello, y publicada por vez primera en 1847.
       Diccionario matriz de la lengua castellana, Madrid, 1850; Diccionario de galicismos, o sea de las voces, locuciones y frases de la lengua francesa que se han introducido en el habla castellana moderna, con el juicio crítico de las que deben adoptarse, y la equivalencia castiza de las que no se hablen en este caso, Madrid, 1855; ambas escritas por Rafael María Baralt.
      Cosas sabidas y cosas por saberse, Caracas, 1856, ensayo escrito por Cecilio Acosta.
       Observaciones sobre el caribe hablado en los llanos de Barcelona, Caracas, 1919; Glosario de voces indígenas de Venezuela, Caracas, 1921; Glosario del bajo castellano en Venezuela, Carcas, 1929; escritas por Lisandro Alvarado.
       Literaturas indígenas de Venezuela, Caracas, 1971-1983, escrita por Fray Cesáreo de Armellada y Carmela Bentivenga de Napolitano
       Los conquistadores y su lengua, Caracas, 1977; Buenas y malas palabras, cuatro tomos, Madrid, 1978; ambas escritas por Ángel Rosenblat.
       Con la lengua, cuatro tomos, Valencia, Venezuela, 1987-1988, escritos por Alexis Márquez Rodríguez.
       Realidad y literatura, Caracas, 1979; En torno al lenguaje, Caracas, 1985; ambas escritas por Rafael Cadenas.
       Diccionario de venezolanismos, dos tomos, Caracas, 1983; dirigidos por María Josefina Tejera.
       Apuntes castellanos, Ortografía, Mérida, Venezuela, 1985; Anotaciones castellanas, Morfología, sintaxis, Mérida, Venezuela, 1987; Lengua castellana, Ortografía, morfología, sintaxis, semántica, Villa de Cura, 2007, Andanzas por nuestro idioma, en calabozotierradedios.blogspot.com; escritas por Adelfo Morillo.

       Una historia acerca de la enseñanza de la lengua castellana en Venezuela no existe; solo podemos leer a los autores que han escrito acerca de la lengua castellana en Venezuela y de sus obras entresacamos líneas filósoficas, metodológicas, andropedagógicas y didácticas de cómo se debe orientar el aprecio, gusto y aprendizaje de nuestra lengua castellana; y es así como empleamos la Ortología, para intentar hablar con justa y acertada corrección en la pronunciación; acudimos a la Ortografía, para tratar de no incurrir en faltas, cuando escribimos, así sea en los mensajes de texto en cada uno de las diferentes modalidades de las redes sociales; tenemos presente la Morfología, para conocer cada una de las partes de la estructura castellana en la conversación y en la escritura; hacemos uso de la Sintaxis, para adecuar las formas a sus correspondencias de concordancias funcionales; en cada momento y espacio, cuando hablamos y escribimos, tenemos presente la Semántica, para emplear cada palabra según su exacta significación; la Lingüística es para estudiar con absoluta libertad la vida de una lengua, en nuestro caso de la lengua castellana; y la Literatura es el alma de la lengua, para estudiar cada uno de los aspectos formales e informales del idioma, y para ello como una de tantas estrategias nos apoyamos en el universo ilimitado de las producciones literarias; y asimismo quizás debamos iniciar el aprecio, gusto y aprendizaje de la lengua castellana, por lo más vivo que se da en la forma de hablar natural y espontánea de la gente en su convivir cotidiano, y una de esas formas es la canción, porque la letra de cada canción es una poesía a la alegría, al dolor físico o espiritual, a las vicisitudes o a los éxitos particulares o colectivos.
   Adelfo Morillo


SERÁ CALABOZO, PORQUE AGARRA LOS SUEÑOS

Lucas Guillermo Castillo Lara en noviembre de mil novecientos noventa y siete me regaló el libro Villa de Todos los Santos de Calabozo El derecho de existir bajo el sol, del cual él es autor, ahí en la primera página escribió esta dedicatoria

       Para el Prof. Adelfo Morillo con admiración y aprecio por la obra que realiza  
             Firma autógrafa

       Y de este libro de Ediciones Fundación Carlos del Pozo, Calabozo- Edo. Guárico, 1996, transcribo desde su página 11 hasta la 14, correspondientes a su

INTRODUCCIÓN

SERÁ CALABOZO, PORQUE AGARRA LOS SUEÑOS

       Guárico abajo vienen navegadoras las aguas quietas. Entre remansos y madreviejas, entre barrancas y playones siempre rumbo al Sur.
       Con ojos de ternura mansa, el perro fiel del río guarda el costado de la ciudad. La acoge en la curva suave de su brazo verde de árboles o la comprime en su cabrillante embalse de juncos y soles.
       El río viene resbalando lentamente por una cadencia ocre de playas arenosas. La piel desbaratada de la tierra se arrastra a pedazos entre el agua, por los meandros barrosos. Un color de tierra sucia acompaña al río desde muy arriba. Aquí abajo, después de tantas vueltas y revueltas, de acollararse de barrancas y playas, el color importa poco porque es agua. Simple. Poderosa. Vital. Agua! Por ella, por su hálito y su huella, existe vida en aquellla sabana ardida de crucificados veranos, desdentada de apretada sed. El agua que lleva la escorrentía del río, se sume de arenas y cascajos en su múltiple penar. Esa agua barrosa de color de limo, de sabor de tierra, tiene un destello de gloria en la aridez de la sabana. El agua derrumbada en un temblor calcinado de soles, canta en la soledad del río que da nombre a la tierra.
       El Guárico recogió nubes por el Sur de Aragua. Retrató cielos en Camatagua y por arterias de tubos envió vida a la gran Capital. Dejó los pretiles de las galeras, se adelgazó por Barbacoas y El Sombrero. Oyó el graznido mañanero de las guacharacas y chenchenas, el canto de los pájaros en los árboles ribereños. Garzas y cotúas rayaron su cristal. Se rizó con el subiente temblor de coporos en las rumazones de marzo. Se arremansó quieto en el espejo líquido de su embalse. Se marchó manso a entregar su función de vida por los regadíos de sus canales. Termina sin prisa por entregar su fluvial cabellera de caños al abrazo de los grandes ríos, sus hermanos mayores.
       En invierno es otra cosa y otra la cara del agua. Cuando San Pedro sacude el seco cuero de los cielos, retumba desde la cabeza al rabo, y caen las amontonadas nubazones. La tierra retostada se vuelve entonces espejo de agua y laguna de soles sumergidos. Todo es un verde renacido entre un verde anegado. Los pardos pajonales, con su doblado tallo, levantan otra vez sus espigas. Se alisa la cara arrugada de los terronales y el ganado tiene una húmeda mirada de ternura.
       La vida, como los hombres, está amarrada a las vueltas y revueltas del agua, que viene sembrando pueblos a cada recodo del río.
       Primero fueron las pisadas que venían rumbeando andaduras hacia el Sur. Igual que el río o igual que las aves. Caminaban despacio. Despacio. En busca de un pedazo de sueño para amarrar su quehacer. La tierra estrenaba un rumor de voces y de sangre, mientras oleaba el viento su repasar de pajonales.
       Venía la noche y nacían las estrellas. Venía el alba y todo era sol. Pero todos se preparaban para una mañana. Alba y noche. Estrella y sol. El polvo era igual en las pisadas, como era igual el cansancio de los cuerpos derrumbados. Todo pasaba y repasaba, hasta que llegó el momento, uno marcado por Dios, el 1º de febrero de 1724. Entonces fue la Villa de Todos los Santos de Calabozo.
       Un año antes, en 1723, dos humildes franciscanos, Fray Bartolomé de San Miguel y Fray Salvador de Cádiz, erigieron en la Mesa de Calabozo dos poblados indios, Nuestra Señora de los Ángeles y la Santísima Trinidad. La Misión de Arriba y la Misión de Abajo. Por su propia voluntad los indios habían salido de las selvas ribereñas del Orinoco y bajo el patrocinio misionero decidieron plantarse allí. Como apoyo y espaldar a las fundaciones indígenas, en la fecha ya citada de 1724, los mismos franciscanos erigieron la cercana Villa de españoles de Todos los Santos de Calabozo. Eran doce hombres que esa mañana fundacional se reunían con banderas de fe, junto a la cruz que plantara el misionero para marcar el sitio de la Iglesia.
       Nunca como entonces se había sentido más plena la tierra calaboceña; ni sabía tanto a padre la plegaria de los Hombres. El sol era frutal y el aroma de mastrantos llenaba la sabana. El silencio aventado con el rumor de los hombres se arrolló como una etcétera en el moño de los palmares. Sobre el aire azul danzaban rocheleras nubes blancas. Ya no había retorno para las pisadas, ni para la mirada cansina que allí se aposentaba. El corazón de la sabana se abrió y la voz enronqueció sus distancias para hacerse aguaite cercano. Había agua para el sorbo nuevo y pan reciente para el hambre vieja.
       Después fue la fe en el barro. En el de los hombres y en el de la tierra. Fe en su voluntad para levantar muros de cobijo y bahareques de esperanzas. Para levantar sueños. Para edificar un mundo circundante a la aventura. La tierra no pudo nunca enterrar las pisadas y nacieron las casas. Las calles no terminaron nunca en la llanura, sino que allí empezaron. Siempre estaban comenzando. Cada día un poco más lejos, cuando se le empataba otra casa.
       Así nació la Villa de Nuestra Señora deTodos los Santos de Calabozo. De aquí en adelante todo fue contradicción. Los poderosos resolvieron que debía morir, pero el pueblo se negó a desaparecer. Nunca como frente a esta población puede decirse con mejor razón, que fue un pueblo que se negó a morir, o quizás mejor, un pueblo empeñado en vivir. Los hombres decretaron su extinción. Así, con un simple plumazo o una brutal palabra, el pueblo debía desaparecer. Estorbaba para las ansias de posesión y dominio de unos pocos hombres. Cabildo Caraqueño. Gobernador. Autoridades Reales. Consejo de Indias. Todos los poderosos estaban de acuerdo en que no podía subsistir. Pero el pueblo dijo no a todos los poderosos. Ayudados por los misioneros a quienes inspiraba Dios, la Ciudad de Calabozo fue en lucha tenaz.
       ¡Calabozo! Un pueblo vigía de la llanura. A los cuatro lados sus calles atisban el pasar solitario. Del camino, de los hombres, de las puntas de ganado. Del río que venía del Norte. Del viento que soplaba del Este y doblaba los pajonales hacia el otro lado. Del barinés seco y caluroso que venía del Oeste, con su carga de lluvias y tormentas.
       Los muros -ladrillos o tierra- observaban callados la sabana o las barrancas donde verdeaban las vegas del río. Las ventanas conversadoras siempre tenían algo que comadrear del camino que venía o se alejaba, de los hombres que aparecían o se marchaban.
       Mañanas volandonas y parejeras. Las nubes pastoreando garzas por las orillas del estero. Mañanitas alegres de vidrios recién nacidos en el rocío mañanero. Con su bramar de vacada mansa, su ternura húmeda de becerros y un rudo galopar de caballos sabaneros. Calor de los mediodías sofocantes, cuando hasta las hojas desinflaban su vaivén. La vida se sumergía bajo la sombra de un árbol o en un penumbroso corredor donde el tinajero era dueño y señor de la frescura. Tristeza muriente de las tardes moradas, enceladas de nubes y colores ácidos sobre las talanqueras de Occidente. En la noche los hombres colgaban sueños bajo las claras estrellas, en un pausado vaivén de chinchorros moricheros. Por unas esquinas de silencio la luna se iba a los jagüeyes del río y una soledad de portones cerrados dialogaba con los faroles.
       Pedacito a pedazo los hombres construían la historia. Una historia que sabía a guásimos y caros, a cundiamor, a pascua sabanera, a ripio de sabana calichosa, a sed ardida, a agua derrumbada, a bajíos e hileros, a ganado y caballos, a sudor honrado y esfuerzo duro, a fe y voluntad de hombres machos.
       ¡Calabozo! Un poco de llano aprisionado. Un mundo de sol detenido. Un caliente palpitar de vida, cercado y abierto por muros, por casas, por calles y plazas. ¡Calabozo!, un lugar que no cierra ni encierra, que abre y descubre, libera y suelta. No es Calabozo sino aventura de quimeras. O será Calabozo, porque agarra los sueños. Igual que aprisiona a los hombres para que vayan y vengan y siempre vuelvan. Es un Calabozo, no de cadenas sino de amor. Ancho como la sabana, como la sabana abierto a su vital función de sol…