El hombre que preguntaba
Era una templada tarde de neblina, recuerdo que vivíamos en una residencia de estudiantes, mi compañero villatodosantino Gerardo Hurtado y yo, él estaba leyendo un libro, y le pregunté ¿Qué libro es ese? Me lo dio y me dijo Te lo regalo… Eso fue en un momento de esa tarde del año mil novecientos setenta y tres, en inmediaciones de la plaza Belén, en Mérida, y entonces lo leí y hasta la fecha no sé cuántas veces lo he releído; sí puedo decir que hoy en la mañana del dos de abril de este dos mil diecisiete, me senté bajo el porche de la casa, rodeado de plantas, de frescores vegetales y de brisas sabaneras y miraba y escuchaba el vaivén de vuelos y de cantos de pájaros, y me dispuse a releer el mencionado libro, del que ahora escribo el título Sócrates…, escrito por el estadounidense Robert Silverberg, supongo que falleció, puesto que se graduó en la Universidad de Columbia en 1956; y ya desde ese año comenzó a escribir; y este libro Sócrates fue traducido al castellano por René Cárdenas Barrios, y publicado (1965) por Editorial Diana, S. A., México; y detengo la relectura en las últimas líneas de la página 25, que transcribo
¿Y Sócrates? No escribió nada.
Todo lo que hizo fue preguntar…, noche y día, año tras año. Él era el hombre que preguntaba.
Y esto me lleva al título de otro libro El hombre que calculaba…, escrito por Malba Tahan, que en la Dedicatoria leemos..., dedico estas páginas sin valor, de leyenda y fantasía. Desde Bagdad, a 19 lunas del Ramadán de 1321…
Y si hoy cada uno de nosotros, hombres y mujeres, niños y jóvenes calculáramos las preguntas que nos hacemos y que hacemos a tantas otras personas, sin duda que también nos convertimos en seres que preguntamos, porque hay preguntas que tienen respuestas definitivas, absolutas, pero hay preguntas que hoy y en el mañana no terminan de lograr respuestas definitivas; y así en esta parte del mundo físico vamos a formular un preguntario abierto para una o tantas respuestas que cada uno de nosotros le podamos dar… Y escribo Preguntario en memoria de un compañero de trabajo, buen Profesor de Biología Ely José Camacho, en el Colegio Arzobispo Silva, que, a diferencia de la mayoría de nosotros decimos Cuestionario, él decía Preguntario, fue en la Mérida de finales de los setenta a finales de los ochenta. Me vine de Mérida a la Villa de Todos los Santos de Calabozo en enero de mil novecientos ochenta y ocho, y hoy domingo, ahora en horas de la tarde suelto estas líneas matutinas y vespertinas en forma de preguntario
¿Existe el alma? ¿Qué es el alma? ¿Se puede llegar a ser sabia o sabio? ¿Existe Dios? ¿De dónde surgió Dios? ¿Morimos totalmente? ¿No morimos, sino que pervivimos? ¿Cómo y cuándo surgió el Universo? ¿Hay vida en alguna otra parte del Universo? ¿Los miles de millones de personas pensantes, podremos llegar a darle las mejores respuestas a los innumerables problemas catastróficos que afectan la vida en la Tierra? ¿Qué es el amor? ¿Cuál es el camino sin equívocos? ¿Con la filosofía podemos encontrar el camino para respetarnos unos a otros?
Adelfo Morillo
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