Tras de una
vida sencilla 45
Desde mis primeros años de
infancia, a orillas del Apure, en El Picacho, me he entretenido mirando y
queriendo atrapar los celajes y fulgores desparramados de los relámpagos, pero
un buen día los pude atrapar, y recuerdo
que fue una noche temprano, no había luna en el cielo, y en el solar de la casa
parpadeaban y revoloteaban en su vaivén los cocuyos o luciérnagas, me paré en
medio del solar, y se me posaba uno que otro cocuyo, y los fui agarrando y los
metí por un rato en una botella, y a partir de esa noche me hice cazador de
relampágos; y hace meses estuve en casa de mi primógenito, Adrián, en San
Cristóbal, y se hizo noche, y desde la terraza, donde vive con su esposa y con
su hijo Adrián Eduardo, pude maravillarme y entretenerme mirando los celajes y
fulgores desparrados del relámpago del Catatumbo…
También desde esos primeros
años de mi infancia, Greta, mi hermana, me hizo escuchar la música del mar, me llevó
hasta el portón de la casa, y levantó el gran caracol que servía de puntal al
portón, y me dijo que me lo pusiera en la oreja, y me llené de alegría y
asombro, imaginaba que el caracol tenía todo el mar al alcance de mis manos, de
mis oídos y demás sentidos…
De igual forma en esos
tiempos aprendí a mirar el lento avance y sin pausa del tiempo, me iba hasta el
solar de la casa, y ahí me detenía a mirar el lento desplazamiento de alguna
guarura, la miraba con su casa en la espalda, y cómo iba dejando una sutil y
humeda estela de la mucosa que como pata le permite el desplazamiento…
Y el arcoíris lo comencé a
atrapar en las gotas suspendidas entre los alambres del solar, entre el rocío y
arestín mañaneros, y también lo atrapo desde aquella primera vez, cuando me
asomé a un aljibe en el solar de una casa en mi Villa de Todos los Santos, se
filtraban los rayos del sol, y entre las aguas azul cristalinas ahí suspendidos
retozaban los colores del arcoíris…
También quise atrapar vuelo
de caballitos o libélulas, me iba detrás del solar en tardes de caballitos,
corría queriendo atraparlos, y una de esas tardes llegó mi papá con unos granos
de maíz y con una cabuya, amarró uno de los granos a la cabuya y lo lanzó donde
sobrevolaban los caballitos, y volaron persiguiendo el grano atado a la cabuya,
y uno de ellos cayó enredado al suelo, mi papá me dejó los granos de maíz y la
cabuya, y a partir de ese momento empecé a atrapar vuelos de caballitos…
Y un recuerdo triste, quise
atrapar vuelo de tucusitos o colibríes, andaba una mañana con mi papá
cosechando jojotos, y miré un tucusito volando entre el maizal, le lancé una
piedra y lo maté; de eso hace más de cincuenta años y cada vez que lo rememoro,
vuelvo a sentir el dolor vivo de cómo un milagro volátil, lo llevé a la nada
inane y fría…
Allá en el Apure y en
tantos otros ríos siguen libres las toninas en sus nados y resoplidos, cuántas
veces me estuve sobre la orilla del barranco, de cuando vivíamos en El Picacho,
y ahí sentado, en cuclillas o acostado no me daba cuenta, de cómo pasaba el
tiempo, miraba, miraba y no me cansaba de mirar el zambullir y resurgir de las
toninas en sus nados y resoplidos, no pude atrapar sus nados y resoplidos, pero
sí siento que cuando evoco esa memoria, vuelven a estar frente a mí esas
toninas en sus nados y resoplidos, como si fuera una de esas mañanas de brisa y
de frescas y revueltas aguas…
Una mañana de cuando
vivíamos en Palo Seco en sentido real es
Pa´ lo seco miraba a un pájaro carpintero que había hecho hueconido en el
tronco de una palma, llegaba, se metía y volvía a salir, y quise atrapar la
piqueta de ese pájaro carpintero, cuando volvió a salir, busqué la escalera, la
recosté de la palma, y busqué una bolsa gruesa de plástico, me senté lejos,
bajo unas matas de mango, y cuando regresó, me fui en puntillas, trepé la
escalera, y coloqué la bolsa en la boca del hueconido, el pájaro carpintero
salió y entró a la bolsa, me bajé con la cacería, pero el pájaro empezó a
picotear, y logró herirme de un picotazo la mano derecha, de inmediato, solté
la bolsa, y el pájaro carpintero salió volando hacia la inmensa sabana
Adelfo Morillo
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