jueves, 1 de octubre de 2015

Tras de una vida sencilla 25


Tras de una vida sencilla                     25

       Cuando tenía doce años, estudiaba cuarto grado de primaria, en horario de siete de la mañana a doce del mediodía, las tardes las ocupaba en estudiar, jugar y en otras cosas; una tarde me fui a caminar por el centro del pueblo, y cuando pasaba frente a la Librería Buenos Aires, me encuentro con Agustín, compañero de estudios, en una sastrería, le pregunto ¿Qué haces aquí? Y me responde Yo trabajo aquí, hago de muchacho de oficios y aprendo a coser, además me pregunta ¿Quieres trabajar también como yo? En la otra sastrería están buscando a un muchacho para trabajar… Le digo que sí, y me indica la dirección de la sastrería frente a la Panadería La Maravilla. Voy hasta allá, saludo y pregunto al sastre, si necesita un muchacho para trabajar. Me dice que sí, me dice su nombre, Piero, y me pregunta el mío; recuerdo que era miércoles, me quedé esa misma tarde, y fue así cómo empecé a hacer mandados, y también cómo fui aprendiendo a coser a mano y a máquina; Piero era italiano, y a la sastrería llegaban paisanos de él, que conversaban en italiano, y eso me agradaba, trabajar en medio de conversaciones en italiano y en castellano.
       Un año después pasé a quinto grado, me tocó clases en horario de doce y media a cinco y media de la tarde, no me gustaba ese horario, y en las mañanas iba a mi trabajo en la sastrería, una de esas mañanas iba en la bicicleta hacia la sastrería, y en una esquina me atropelló una camioneta, quedé bajo la camioneta, daba gritos de dolor, me sacaron en brazos, me llevaron al hospital, las piernas las tenía encogidas, el médico me las haló, fue un dolor muy fuerte, me dejaron hospitalizado, la gente iba a preguntar por mí, y cuando se enteraban de que solo había recibido golpes y cortaduras, sin fracturas, cada quien daba una opinión ¡Eso fue un milagro! ¡Ese muchacho volvió a nacer! ¡O va a ser un gran vagabundo o una persona muy importante!
       Yo acostado me lamentaba de los días que iba a estar sin ir a clases, y pensaba que mala persona no quería ser en la vida, porque solo quería seguir estudiando, para graduarme un día en una profesión que todavía no había definido.
       No olvido que la maestra, Lolita, fue a visitarme, me llevó de regalo galletas y frutas, ella fue muy afectuosa conmigo a lo largo de ese quinto grado, ella era joven y bonita, y ahora me llega a la memoria aquellos versos del poeta zaraceño y nacional Ernesto Luis Rodríguez
                           
                          Hasta el alumno aplazado
                          su clara dicha demuestra,
                          porque ninguno, Maestra,
                          quiere pasar de tu grado


Adelfo Morillo

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