Tras de una
vida sencilla 25
Cuando tenía doce años, estudiaba cuarto
grado de primaria, en horario de siete de la mañana a doce del mediodía, las
tardes las ocupaba en estudiar, jugar y en otras cosas; una tarde me fui a
caminar por el centro del pueblo, y cuando pasaba frente a la Librería Buenos Aires, me encuentro con Agustín,
compañero de estudios, en una sastrería, le pregunto ¿Qué haces aquí? Y me responde Yo
trabajo aquí, hago de muchacho de oficios y aprendo a coser, además me
pregunta ¿Quieres trabajar también como
yo? En la otra sastrería están buscando
a un muchacho para trabajar… Le digo que sí, y me indica la dirección de la
sastrería frente a la Panadería La
Maravilla. Voy hasta allá, saludo y pregunto al sastre, si necesita un
muchacho para trabajar. Me dice que sí, me dice su nombre, Piero, y me pregunta
el mío; recuerdo que era miércoles, me quedé esa misma tarde, y fue así cómo
empecé a hacer mandados, y también cómo fui aprendiendo a coser a mano y a
máquina; Piero era italiano, y a la sastrería llegaban paisanos de él, que
conversaban en italiano, y eso me agradaba, trabajar en medio de conversaciones
en italiano y en castellano.
Un año después pasé a
quinto grado, me tocó clases en horario de doce y media a cinco y media de la
tarde, no me gustaba ese horario, y en las mañanas iba a mi trabajo en la
sastrería, una de esas mañanas iba en la bicicleta hacia la sastrería, y en una
esquina me atropelló una camioneta, quedé bajo la camioneta, daba gritos de
dolor, me sacaron en brazos, me llevaron al hospital, las piernas las tenía
encogidas, el médico me las haló, fue un dolor muy fuerte, me dejaron
hospitalizado, la gente iba a preguntar por mí, y cuando se enteraban de que
solo había recibido golpes y cortaduras, sin fracturas, cada quien daba una
opinión ¡Eso fue un milagro! ¡Ese muchacho volvió a nacer! ¡O va a ser un gran
vagabundo o una persona muy importante!
Yo acostado me lamentaba de
los días que iba a estar sin ir a clases, y pensaba que mala persona no quería
ser en la vida, porque solo quería seguir estudiando, para graduarme un día en
una profesión que todavía no había definido.
No olvido que la maestra,
Lolita, fue a visitarme, me llevó de regalo galletas y frutas, ella fue muy
afectuosa conmigo a lo largo de ese quinto grado, ella era joven y bonita, y
ahora me llega a la memoria aquellos versos del poeta zaraceño y nacional
Ernesto Luis Rodríguez
Hasta el alumno aplazado
su clara dicha
demuestra,
porque ninguno,
Maestra,
quiere pasar de tu
grado…
Adelfo Morillo
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