Otra vez de en casa y
más
En noviembre de mil novecientos noventa y
nueve, una semana después de habernos mudado a la casa, que íbamos a comprar,
invité a mis compadres Fernando y José José para que almorzáramos, y después
jugáramos romino sin las infaltables cervezas, y a media tarde el compadre José
nos dijo que nos fuéramos donde su hermano Guayacán, en el barrio Dinamitas,
porque allá podíamos jugar bolas criollas, y nos fuimos, el compadre Fernando
hizo pareja con Guayacán, y mi compadre José y yo hicimos pareja, perdí la
cuenta de los partidos que ganamos, y Guayacán nos invitó a jugar truco para
desquitarse, y tampoco me acuerdo de cuántas partidas ganamos, y optaron por
jugar dominó, y ellos ya celebraban, porque ellos juegan bien el dominó, y
sabían que mi compadre José nunca se sentaba a jugar dominó, pero igual
aceptamos el reto, y ¡sorpresa..!, les ganamos también en dominó, ya era
medianoche, y decidimos irnos y dejar otro encuentro pendiente…
Han pasado catorce años y todavía no se ha
dado el encuentro, y en esta mañana recuerdo con agrado lo que significa
compartir sanamente entre amigos y compadres… También me acuerdo que la casa,
que estábamos por comprar y a donde ya nos habíamos mudado, no estaba cercada
por ninguno de sus cuatro lados, pero el dos mil dos a finales de diciembre la
terminamos de cercar con paredes de bloques, rejas, puerta y portón; también
cuando nos mudamos solo había unos ciruelos, por lo que empecé a sembrar el
patio por los cuatro lados con plantas ornamentales, frutales y medicinales, y
ahora nos regalan colores, olores y frescura, y pájaros de diversas especies
llegan a bañarse, a picotear, a hacer nidos y a regalarnos sus formas, colores
y cantos, y ayer en la tarde mi hija Ilisabel se me acercó alegre y
sorprendida, por la cantidad de pájaros que estaban entre las matas, le dije
cuáles eran los canarios arroceros, el turpial, la chocolatera y los azulejos…
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