El lenguaje de las cosas
Me gusta escuchar el murmullo del agua en
el cauce y el repiqueteo de la lluvia, desde cuando era muchacho me ha gustado
el rugido de los aviones y el tañido o repique de las campanas; y sé que
mientras nos lata o palpite el corazón, tenemos vida para alegrarnos; y cuando
tengo frío los dientes me castañetean o rechinan, y cuando me toca cocinar, me
entretengo escuchando el murmullo del fuego, y ahora recuerdo que de muchacho
me asustaba en las noches el golpear de las hojas contra el suelo, me parecían
pasos de alguien que se acercaba, para hacerme daño, y me arropaba y me quedaba
quietecito, que ni siquiera me chasqueara la lengua…
Y cuando fui por primera al mar, me
impresionó su inmensidad y su rugir de olas, y me metí y salí de inmediato
escupiendo y diciendo que el agua era muy salada, y mi papá y demás parientes y
amigos se reían con ganas…
Y aquí en el llano, desde cuando vivíamos
a orillas del río Apure en El Picacho y luego cuando nos mudamos frente al río
Guárico en Calabozo, nunca he sentido miedo ante los estallidos o rugidos de
los truenos, recuerdo la vez cuando estábamos jugando baloncesto en la cancha
del liceo Humboldt, y comenzó a llover y retumbaban los truenos, y seguimos
bajo ese largo aguacero entre tantos relámpagos…
Mi papá trabajaba carpintería con su
serrucho riqui riqui riquirrá, y al frente en el río silbaban las toninas, y
cuando dejaba su labor, tocaba el arpa y yo redoblaba mi tambor, y el río
sonaba suave murmullo o rugía con las fuertes crecidas; también íbamos a las
retretas y me gustaba sobre todo el sonar de las trompetas…
Mi papá también me hacía los trompos,
salía conmigo a buscar la madera más zumbadora, y una vez nos cayó tremendo
aguacero, nos guarecimos bajo unas matas, y el viento soplaba y silbaba, y como
si se lamentara, pero más me lamentaba yo, por el frío que sentía en ese paraje
en aquel momento…
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