En El Picacho 17
En casa cada día ocurrían cosas ordinarias
y también extraordinarias, yo jugaba en el solar con camiones volteos que hacía
de distintos materiales, pescaba desde la canoa que estaba amarrada de una
estaca en la orilla del río, o pescaba desde la cubierta de la chalana que
habían dejado encallada y abandonada en el río frente a la casa, perseguía y
cazaba caballitos o libélulas, me sentaba sobre la cubierta de la chalana o en
el barranco a mirar la danza del salir y zambullir de las toninas, y cuando
bailaba el trompo en el patio, cantaba:
Para bailar me pongo la capa,
porque
sin la capa no puedo bailar,
para bailar me quito la
capa,
porque
con la capa no puedo bailar…
Y cuando me mandaban a hacer mandados,
también me gustaba, porque en ese entonces cada compra terminaba con la ñapa que
nos daba el pulpero o bodeguero; había un viejo bodeguero a quien le decíamos
don Plácido, y él colocaba una silleta de madera forrada en cuero de res el
asiento y el espaldar, y la recostaba inclinada sobre la pared que estaba
frente a su bodega, pero ya los años lo tenían cansado y flojo, y si íbamos a
comprar panela o papelón, comenzaba diciendo La panela está aguada…, y yo le decía No, importa, don Plácido, yo me la llevo aguada…, y luego agregaba No hay papel para envolverla…, y yo añadía Está
bien, me la llevo sin envolver.., y aun aclaraba No hay fíao.., y yo respondía Yo
traigo los reales, don Plácido…, y por último me decía Ah, y no hay ñapa…, No, don Plácido, si a mí no me gusta la ñapa…;
y me regañaba Ah, muchacho pa’ embustero
y bellaco…, solo entonces despegaba la silla de la pared, se ponía las
alpargatas sin calzárselas, se paraba de la silleta y con toda su calma se
dirigía poco a poco al interior de la bodega…