Somos
de maíz
Eloi
Yagüe Jarque
Cuentan que el maíz viene de allá
arriba y que al comienzo pertenecía a la Dueña del lugar, a la Dueña de la
montaña que vivía allá en una cueva. En aquella época la gente tenía mucha
hambre y entonces vieron salir a las hormigas de la cueva de la Dueña y las
vieron salir con granos de maíz sobre sus espaldas. Entonces, la gente llamó al
pájaro carpintero para que abriera con su pico un hueco en la piedra. El pájaro
no pudo. Entonces llamaron al rayo, que lanzó una descarga muy fuerte. Toda la
roca tembló y se rompió y entonces los granos quedaron libres. Los hombres
tendieron la mano para recibir el grano sagrado y se lo llevaron a sus casas y
lo plantaron y tuvieron una muy buena cosecha. Un día apareció una mujer en la
milpa y dijo: Yo soy la dueña del maíz, yo soy el grano que entierran,
espero que aprecien esto, espero que no me olviden y me celebren muchas
costumbres.
El anterior es un fragmento de la novela Hombres de Maíz del nobel de literatura Miguel Ángel Asturias
Rosales (Ciudad de Guatemala, 19 de octubre de 1899; Madrid, 9 de junio de
1974). Asturias fue un escritor, periodista y diplomático guatemalteco que
contribuyó al desarrollo de la literatura latinoamericana, influyó en la
cultura occidental y, al mismo tiempo, llamó la atención sobre la importancia
de las culturas aborígenes,
especialmente las de su país natal, Guatemala.
En dicho fragmento, se establece el origen mítico y sagrado del maíz;
los dioses se lo regalan a los humanos para su sustento. Así se establece en
libros sagrados de la cultura maya como el Popol Vuh y el Chilam Balam. Por
eso, los mayas creían estar hechos de maíz. Todas las mitologías aborígenes americanas hacen referencias
al maíz o a la mazorca y describen estos como una ofrenda que los dioses hicieron a los hombres.
La mayoría de los historiadores creen que el origen geográfico del maíz
y su domesticación se localiza en la denominada Mesa Central de México, a una
altitud de 2.500 metros. En ese lugar, el antropólogo estadounidense Richard
Stockton MacNeish encontró restos arqueológicos de plantas de maíz que, se
estima, datan de hasta hace 10 milenios (10 mil años). En las galerías de las
pirámides americanas todavía pueden
observarse pinturas, grabados y esculturas que representan el maíz.
Los olmecas y los mayas cultivaban numerosas variedades en toda
Mesoamérica. En Mesoamérica y Centroamérica, el maíz se consume nixtamalizado,
es decir, cocido con cal, lo cual permite procesar con más facilidad los granos
y asimilar mejor los nutrientes.
La expansión de los cultivos a través de gran parte de este continente comenzó alrededor de
2.500 años antes de Cristo. El maíz llegó hasta Perú, donde lo conoció la
civilización inca. La palabra choclo
viene del quechua. Uno de los rituales más importantes del calendario inca fue la Capacocha o Capac Hucha, el cual
consistía en realizar fiestas y ofrendas de reconocimiento y gratitud al
ancestro inca Mama Huaco, quien le había dado al imperio inca el primer maíz.
En el territorio correspondiente a Venezuela, Colombia y Panamá, se
consume la arepa desde tiempos precolombinos. En Venezuela las tribus
cultivaban nueve tipos de maíz: blanco, para asar; blanco y negro, maíz largo,
color ceniza y el llamado por los españoles maíz cariaco, mientras que los
cumanagotos lo llamaban erepa; de
allí su nombre actual.
Después de la conquista de este
continente, los conquistadores españoles llevaron el maíz a Europa, José de
Acosta, un viajero filósofo y jesuita español en el siglo XVI, contrastó al
maíz con el trigo, la yuca y el casabe al decir que el primero es más grueso y más cálido y engendra sangre.
Él también menciona que la arepa tiene forma de un disco solar y el
budare es como piedra o arcilla de
sacrificio para el rito del primer pan.
Pedro Ruiz de Tapia, el contador del rey en Venezuela en 1548, señala
que las arepas –tal como hoy- eran racionadas al pueblo; cada aborigen recibía tres arepas de maíz por
día para el almuerzo y la cena.
En resumidas cuentas, el maíz era estimado por los pueblos autóctonos
como un regalo de los dioses, una conexión del pueblo con su tierra y una
representación de la vida agrícola y familiar. En verdad somos hombres (y
mujeres) de maíz.
*Tomado del diario Últimas Noticias, en su edición del domingo 5 de
junio del año 2016…