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sábado, 23 de marzo de 2013

Simón Bolívar… Íntimo (2)


Simón Bolívar… Íntimo (2)

                                                                           Pativilca, 19 de enero de 1824.         
     Al señor don Simón Rodríguez:
          ¡Oh mi Maestro! ¡Oh mi amigo! ¡Oh mi Robinson, usted en Colombia! Usted en Bogotá, y nada me ha dicho, nada me ha escrito. Sin duda es usted el hombre más extraordinario del mundo; podría usted merecer otros epítetos pero no quiero darlos por no ser descortés al saludar a un huésped que viene del Viejo Mundo a visitar el nuevo; sí, a visitar su patria que ya no conoce, que tiene olvidada, no en su corazón sino en su memoria. Nadie más que yo sabe lo que usted quiere a nuestra adorada Colombia. ¿Se acuerda usted cuando fuimos juntos al Monte Sacro en Roma a jurar sobre aquella tierra santa la libertad de la patria? Ciertamente no habrá usted olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros; día que anticipó, por decirlo así, un juramento profético a la misma esperanza que no debíamos tener.
          Usted, maestro mío, cuánto debe haberme contemplado de cerca aunque colocado a tan remota distancia. Con qué avidez habrá seguido usted mis pasos; estos pasos dirigidos muy anticipadamente por usted mismo. Usted formó mi corazón para la libertad, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que usted me señaló. Usted fue mi piloto aunque sentado sobre una de las playas de Europa. No puede usted figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que usted me ha dado; no he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que usted me ha regalado. Siempre presentes a mis ojos intelectuales las he seguido como guías infalibles. En fin, usted ha visto mi conducta; usted ha visto mis pensamientos escritos, mi alma pintada en el papel…
          Sí, mi amigo querido, usted está con nosotros; mil veces dichoso el día en que usted pisó las playas de Colombia. Un sabio, un justo más, corona la frente de la erguida cabeza de Colombia. Yo desespero por saber qué designios, qué destino tiene usted; sobre todo mi impaciencia es mortal no pudiendo estrecharle en mis brazos: ya que no puedo volar hacia usted, hágalo usted hacia mí…
                                                                                                                    Bolívar