Memorias
imprescriptibles, Simón Rodríguez, Simón Bolívar
De mil
setecientos noventa y uno, cuando se le confiere a Simón Rodríguez el Titulo de
maestro de primeras letras en la ciudad de Caracas, a mil ochocientos
veinticuatro, cuando Simón Bolívar le escribe una carta a su maestro Simón
Rodríguez, entre esas dos fechas transcurren treinta y tres años, y en medio de
esos años destacamos el Juramento de Bolívar y Simón Rodríguez en el Monte
Sacro en Roma, el quince de agosto de mil ochocientos cinco, el texto completo
fue publicado por el colombiano doctor Manuel Uriza Ángel, como palabras dichas
a él por Simón Rodriguez en Quito, en mil ochocientos cincuenta; de tal
documento citamos el final, cuando Bolívar jura ante Simón Rodríguez
¡Juro delante de usted, juro por el Dios de
mis padres, juro por ellos; juro por mi honor y juro por la Patria, que no daré
descanso a mi brazo ni reposo a mi alma, hasta que no haya roto las cadenas que
nos oprimen por voluntad del poder español..!
En el
sobre de la carta fechada en Pativilca, Perú, dice
Al Sr.
Simón Rodríguez, Bogotá.
Del General Bolívar.
Pativilca, enero 19 de 1824.
¡Oh,
mi Maestro! ¡Oh, mi amigo! ¡Oh, mi Robinson! Usted en Colombia, usted en Bogotá
y nada me ha dicho, nada me ha escrito. Sin duda es usted el hombre más
extraordinario del mundo. Podría usted merecer otros epítetos, pero no quiero
darlos por no ser descortés al saludar a un huésped que viene del viejo mundo a
visitar el nuevo; sí, a visitar su patria que ya no conoce, que tenía olvidada,
no en su corazón sino en su memoria. Nadie más que yo sabe lo que usted quiere
a nuestra adorada Colombia: ¿se acuerda usted cuando fuimos juntos al Monte
Sacro en Roma a jurar sobre aquella tierra santa la Libertad de la Patria?
Ciertamente no habrá usted olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros:
día que anticipó, por decirlo así, un juramento profético a la misma esperanza
que no debíamos tener.
Usted,
Maestro mío, ¡cuánto debe haberme contemplado de cerca, aunque colocado a tan
remota distancia! ¡Con qué avidez habrá seguido usted mis pasos dirigidos muy
anticipadamente por usted mismo! Usted formó mi corazón para la libertad, para
la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que
usted me señaló. Usted fue mi piloto, aunque sentado sobre una de las playas de
Europa. No puede usted figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón
las lecciones que usted me ha dado: no he podido jamás borrar siquiera una coma
de las grandes sentencias que usted me ha regalado. Siempre presentes a mis
ojos intelectuales, las he seguido como guías infalibles. En fin, usted ha
visto mi conducta; usted ha visto mis pensamientos escritos, mi alma pintada en
el papel; y usted no habrá dejado de decirse: Todo esto es mío: yo sembré esta planta, yo la regué, yo la enderecé
tierna; ahora robusta, fuerte y fructífera, he aquí sus frutos: ellos son míos,
yo voy a saborearlos en el jardín que planté; voy a gozar de la sombra de sus
brazos amigos, porque mi derecho es imprescriptible, privativo a todo.
Sí, mi
amigo querido: Usted está con nosotros. ¡Mil veces dichoso el día en que usted
pisó las playas de Colombia! Un sabio, un justo más, corona la frente de la
erguida cabeza de Colombia. Yo desespero por saber qué designio, qué destino
tiene usted. Sobre todo mi impaciencia es mortal no pudiendo estrecharle en mis
brazos: ya que no puedo yo volar hacia usted, hágalo hacia mí. No perderá usted
nada, contemplará usted con encanto la inmensa patria que tiene labrada en la
roca del despotismo por el buril victorioso de los Libertadores, de los
hermanos de usted. No: no se saciará la vista de usted delante de los cuadros,
de los colosos, de los tesoros, de los secretos, de los prodigios que encierra
y abarca esta soberbia Colombia. Venga usted al Chimborazo: profane usted con
su planta atrevida la escala de los Titanes, la corona de la tierra, la Almena
inexpugnable del Universo nuevo. Desde tan alto tenderá usted la vista, y al
observar el cielo y la tierra admirando el pasmo de la creación terrena, podrá
decirse: Dos eternidades me contemplan,
la pasada y la que viene; y este trono de la naturaleza, idéntico a su Autor,
será tan duradero, indestructible y eterno como el Padre del Universo.
¿Desde
dónde, pues, podrá usted decir otro tanto tan erguidamente? Amigo de la
naturaleza: venga usted a preguntarle su edad, su vida y su esencia primitiva.
Usted no ha visto en ese mundo caduco más que las reliquias y los desechos de
la próvida Madre: allá está encorvada con el peso de los años, de las
enfermedades y del hálito pestífero de los hombres; aquí está doncella,
inmaculada, hermosa, adornada por la mano misma del Creador. No: el tacto
profano del hombre todavía no ha marchitado sus divinos atractivos, sus gracias
maravillosas, sus virtudes intactas.
Amigo,
si tan irresistibles atractivos no impulsan a usted a un vuelo rápido hacia mí,
ocurriré a un apetito más fuerte. La amistad invoco.
Presente usted esta carta al Vice-Presidente. Pídale usted dinero de mi
parte y venga usted a encontrarme.
Bolívar.
Al
reverso de la carta dice, con letra de Simón Rodríguez:
No conservo esta carta por el honor que me
hace, sino por el que hace a Bolívar. Confesar que me debía unas ideas que lo
distinguían tanto, era probar que nada perdía en que lo supieran, porque su
orgullo era el amor a la justicia.
Rodríguez,
Director de Enseñanza