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viernes, 11 de marzo de 2016

Memorias imprescriptibles, Simón Rodríguez, Simón Bolívar


Memorias imprescriptibles, Simón Rodríguez, Simón Bolívar

       De mil setecientos noventa y uno, cuando se le confiere a Simón Rodríguez el Titulo de maestro de primeras letras en la ciudad de Caracas, a mil ochocientos veinticuatro, cuando Simón Bolívar le escribe una carta a su maestro Simón Rodríguez, entre esas dos fechas transcurren treinta y tres años, y en medio de esos años destacamos el Juramento de Bolívar y Simón Rodríguez en el Monte Sacro en Roma, el quince de agosto de mil ochocientos cinco, el texto completo fue publicado por el colombiano doctor Manuel Uriza Ángel, como palabras dichas a él por Simón Rodriguez en Quito, en mil ochocientos cincuenta; de tal documento citamos el final, cuando Bolívar jura ante Simón Rodríguez

       ¡Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por ellos; juro por mi honor y juro por la Patria, que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma, hasta que no haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español..!

       En el sobre de la carta fechada en Pativilca, Perú, dice
       Al Sr. Simón Rodríguez, Bogotá.
       Del General Bolívar.

    Pativilca, enero 19 de 1824.
      
       ¡Oh, mi Maestro! ¡Oh, mi amigo! ¡Oh, mi Robinson! Usted en Colombia, usted en Bogotá y nada me ha dicho, nada me ha escrito. Sin duda es usted el hombre más extraordinario del mundo. Podría usted merecer otros epítetos, pero no quiero darlos por no ser descortés al saludar a un huésped que viene del viejo mundo a visitar el nuevo; sí, a visitar su patria que ya no conoce, que tenía olvidada, no en su corazón sino en su memoria. Nadie más que yo sabe lo que usted quiere a nuestra adorada Colombia: ¿se acuerda usted cuando fuimos juntos al Monte Sacro en Roma a jurar sobre aquella tierra santa la Libertad de la Patria? Ciertamente no habrá usted olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros: día que anticipó, por decirlo así, un juramento profético a la misma esperanza que no debíamos tener.
       Usted, Maestro mío, ¡cuánto debe haberme contemplado de cerca, aunque colocado a tan remota distancia! ¡Con qué avidez habrá seguido usted mis pasos dirigidos muy anticipadamente por usted mismo! Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que usted me señaló. Usted fue mi piloto, aunque sentado sobre una de las playas de Europa. No puede usted figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que usted me ha dado: no he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que usted me ha regalado. Siempre presentes a mis ojos intelectuales, las he seguido como guías infalibles. En fin, usted ha visto mi conducta; usted ha visto mis pensamientos escritos, mi alma pintada en el papel; y usted no habrá dejado de decirse: Todo esto es mío: yo sembré esta planta, yo la regué, yo la enderecé tierna; ahora robusta, fuerte y fructífera, he aquí sus frutos: ellos son míos, yo voy a saborearlos en el jardín que planté; voy a gozar de la sombra de sus brazos amigos, porque mi derecho es imprescriptible, privativo a todo.
       Sí, mi amigo querido: Usted está con nosotros. ¡Mil veces dichoso el día en que usted pisó las playas de Colombia! Un sabio, un justo más, corona la frente de la erguida cabeza de Colombia. Yo desespero por saber qué designio, qué destino tiene usted. Sobre todo mi impaciencia es mortal no pudiendo estrecharle en mis brazos: ya que no puedo yo volar hacia usted, hágalo hacia mí. No perderá usted nada, contemplará usted con encanto la inmensa patria que tiene labrada en la roca del despotismo por el buril victorioso de los Libertadores, de los hermanos de usted. No: no se saciará la vista de usted delante de los cuadros, de los colosos, de los tesoros, de los secretos, de los prodigios que encierra y abarca esta soberbia Colombia. Venga usted al Chimborazo: profane usted con su planta atrevida la escala de los Titanes, la corona de la tierra, la Almena inexpugnable del Universo nuevo. Desde tan alto tenderá usted la vista, y al observar el cielo y la tierra admirando el pasmo de la creación terrena, podrá decirse: Dos eternidades me contemplan, la pasada y la que viene; y este trono de la naturaleza, idéntico a su Autor, será tan duradero, indestructible y eterno como el Padre del Universo.
       ¿Desde dónde, pues, podrá usted decir otro tanto tan erguidamente? Amigo de la naturaleza: venga usted a preguntarle su edad, su vida y su esencia primitiva. Usted no ha visto en ese mundo caduco más que las reliquias y los desechos de la próvida Madre: allá está encorvada con el peso de los años, de las enfermedades y del hálito pestífero de los hombres; aquí está doncella, inmaculada, hermosa, adornada por la mano misma del Creador. No: el tacto profano del hombre todavía no ha marchitado sus divinos atractivos, sus gracias maravillosas, sus virtudes intactas.
       Amigo, si tan irresistibles atractivos no impulsan a usted a un vuelo rápido hacia mí, ocurriré a un apetito más fuerte. La amistad invoco.
       Presente usted esta carta al Vice-Presidente. Pídale usted dinero de mi parte y venga usted a encontrarme.
                                                                                                            Bolívar.

       Al reverso de la carta dice, con letra de Simón Rodríguez:

       No conservo esta carta por el honor que me hace, sino por el que hace a Bolívar. Confesar que me debía unas ideas que lo distinguían tanto, era probar que nada perdía en que lo supieran, porque su orgullo era el amor a la justicia.
  
Rodríguez, Director de Enseñanza