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sábado, 17 de agosto de 2013

Me llenaban los ojos de alegría encantada


Me llenaban los ojos de alegría encantada

     Conservar sana memoria hasta el último momento de nuestra vida es un gran regalo de Dios, cosa triste llegar a perder la memoria mucho antes de nuestra muerte física; el cuerpo de Jesucristo después de su muerte se mantuvo tres días incorrupto, y al tercer día su espíritu volvió a darle vida, y con ello nos demostró que el alma no perece, y para los humanos comunes el espíritu se va sin memoria, en el momento, cuando abandona nuestro cuerpo, solo Jesucristo fue capaz de mantener memoria y conciencia  de espíritu por su condición divina…
     Grato cuando nos conseguimos con alguien, a quien hacía años que no veíamos, y la memoria es capaz de revivir instantes lejanos junto a esa persona; placentero cuando todavía recordamos una primera atención que nos fue dada por compañeros y amigos…
     La memoria nos absuelve de equivocaciones que hemos cometido, porque con sinceridad podemos admitirlas, para no volver a incurrir en ellas; la memoria nos retrata en impresiones indelebles tantos momentos bonitos y sencillos; la memoria es nuestra mejor forma de agradecer y honrar a Dios cada día…
     Recuerdo mi primer día de primaria, la primera vez que me gustó una muchacha, mi primer pantalón largo, mi primer par de zapatos y la sonrisa de Marisela; recuerdo mi primer trompo, mi primer regalo y mi primer veinte en primaria, recuerdo mis primeros baños con la lluvia, cuando aprendí a andar en bicicleta, y cuando recibí  el  primer beso de mi amada…
     La memoria nos hace recordar fechas y las primeras películas y canciones, y recuerdo cuando aprendí a nadar, y la vez cuando fui al mar y una muchacha se dejaba llevar conmigo, para que le dijera cómo nadar, y recuerdo sus sonrisas y sus formas atractivas de mujer, y sus senos blancos y tiernos que me llenaban los ojos de alegría encantada…