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domingo, 7 de abril de 2013

Los mismos compinches en amor de nuestras almas


Los mismos compinches en amor de nuestras almas

     Un veguero como yo me fui a Mérida a estudiar, ya tenía dos años allá, cuando comencé a hacerme amigo de María Carmen, una merideña hija de italianos, ella era de color miel y cabellera larga de miel irisada, de ojos verdeamarillocambiantes, según los reflejos de luz, ella tenía diecinueve años y yo veintidós, estudiábamos Letras Clásicas, andábamos con diccionarios de latín y griego, porque aprendíamos en los textos originales de autores griegos y latinos, también estudiábamos francés, pero además paseábamos en el carro que el papá le prestaba, caminábamos, íbamos en carro o caminando al Albarregas o al Mucujún, y en esos paseos ella llevaba un reproductor para escuchar casetes de música que ella grababa, nos sentábamos sobre la hierba, mirábamos el paisaje y el correr del río, y conversábamos, reíamos, bromeábamos, nos abrazábamos, llorábamos nuestras alegrías compartidas, así vivíamos de lunes a domingo en las aulas en la clase, en los pasillos, en la Biblioteca, en las calles y avenidas de Mérida, en nuestras caminatas con sol o neblina y lluvia, nos hicimos compinches a tiempo completo, íbamos a fiestas y reuniones y estábamos juntos mientras duraban… Y un día viernes en la mañana, en un pasillo de la Facultad María Carmen me dijo que nos estábamos haciendo daño, porque estábamos viviendo un mundo muy egoísta, que no compartíamos con otras personas, y por tal cosa, debíamos separarnos por un tiempo, para que tuviéramos oportunidad de abrirnos a los demás; yo le dije que tenía razón, y nos separamos con dolor, yo bajé caminando por la avenida Universidad, y ella se quedó en la parada de buses, cuando yo iba frente al Hotel Prado Río, ella pasó en una buseta, no volteé, pero fue tanto el desgarramiento emocional que sentí, que las rodillas me flaquearon y tuve que agarrarme de la cerca de alambre para no caerme, levanté la mirada y pude ver su fragante cabellera tras la ventana de la buseta, sentí que sin ella mis días y mis noches ya no iban a tener color ni sabor… Transcurrieron viernes, sábado, domingo, lunes, pero el martes en la tarde, en un pasillo de la Facultad María Carmen me dijo que debíamos hablar, yo la esperé, nos sentamos a hablar, después bajamos caminando y a partir de ese día aclaramos algunas cosas egoístas, pero volvimos a ser los mismos compinches en amor de nuestras almas, para darnos en bondad, fe, alegría y paz.