Gabriela Mistral: cristalino espejo de vida amante
Su nombre era Lucila Godoy Alcayaga,
natural de Vicuña, aldea del valle de Elqui en Chile (1889)… Tras la
publicación del poemario Desolación nos
dice Gabriela Mistral: “En estos cien poemas queda sangrando un pasado doloroso
en el cual la canción se ensangrentó para aliviarme…” Podemos afirmar que
esta mujer poeta nos entrega un espejo
cristalino, en donde ella vuelca sus dolores, celos, angustias, nostalgias, no
deja nada a las conjeturas; leemos en sus versos su vida transparente en
dolores y amores… En el poema Dolor nos dice: “Pero ¡yo tal vez por
siempre / tendré mi cara de lágrimas!”…En los versos de Vergüenza nos canta: “Si tú me miras, yo me vuelvo hermosa / como
la hierba a que bajó el rocío, / y desconocerán mi faz gloriosa / las altas
cañas cuando baje al río. / Tengo vergüenza de mi boca triste, / de mi voz rota
y mis rodillas rudas; / ahora que me miraste y que viniste, / me encontré pobre
y me palpé desnuda… / Es noche y baja a la hierba el rocío; / mírame largo y
habla con ternura, / ¡que ya mañana al descender al río / lo que besaste
llevará hermosura!”… Más adelante nos narra los celos, la desesperación… “Él
pasó con otra; / yo le vi pasar. / Siempre dulce el viento / y el camino en paz.
/ ¡Y estos ojos míseros / le vieron pasar! / Él va amando a otra / por la
tierra en flor… / Él besó a la otra / a orilla del mar… / Él irá con otra / por
la eternidad…” En Nocturno se hace
íntima… “Padre nuestro que estás en los cielos, / ¿por qué te has olvidado de
mí?” Y en Los sonetos de la muerte escuchamos
su alma desgarrada: “¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas? / Un cuajo
entre la boca, las dos sienes vaciadas, / las lunas de los ojos albas y
engrandecidas, / hacia un ancla invisible las manos orientadas…” Después de la
muerte del amado, esta mujer poeta quisiera hablar con la sombra ya ida… “¡Vano
es que acuda a la cita / por los caminos desiertos. / No ha de cuajar tu
fantasma / entre mis brazos abiertos! / ¡Ah, nunca más conocerá tu boca / la
vergüenza del beso que chorreaba / concupiscencia como espesa lava! / ¡Ah,
nunca más conocerán tus brazos / el mundo horrible que en mis días puso /
oscuro horror: el nudo de otro abrazo! / ¡Ah,
nunca más tus dos iris cegados / tendrán un rostro descompuesto, rojo /
de lascivia, en sus vidrios dibujado… / Duras ceras benditas, / ya no hay brasa
de besos lujuriosos / que os quiebren, que os desgasten, que os derritan!” Mas
Gabriela supera las flaquezas humanas y así nos ofrenda: “Tu belleza se llamará
también misericordia y consolará el corazón de los hombres.” Y en Voto nos confiesa: “Dios me perdone este
libro amargo y los hombres que sienten la vida como dulzura me lo perdonen
también. Dejo tras de mí esta canción como a la hondonada sombría y por las
laderas más elementales subo hacia las mesetas espirituales donde una ancha luz
caerá, por fin, sobre mis días. Yo cantaré desde ellas las palabras de la
esperanza, sin volver a mirar mi corazón.” En el Poema del hijo clama, añora, ansía… “¡Un hijo, un hijo, un hijo! /
Yo quise un hijo tuyo / y mío, allá en los días del éxtasis ardiente / en los
que hasta mis huesos temblaron a tu arrullo / y un ancho resplandor creció
sobre mi frente. / Decía ¡un hijo! como el árbol conmovido / de primavera
alarga sus yemas hacia el cielo… / Ahora tengo treinta años, y mis sienes
jaspea / la ceniza precoz de la muerte. En mis días, / como la lluvia eterna de
los polos, gotea / la amargura con lágrimas lentas, salobre y fría. / Mientras
arde la llama del pino, sosegada, / mirando a mis entrañas pienso qué hubiera
sido / un hijo mío, infante de mi boca
cansada, / mi amargo corazón y mi voz de vencido… / No sembré por mi troje, no
enseñé para hacerme / un brazo con amor para la hora postrera, / cuando mi
cuello roto no pueda sostenerme / y mi mano tantee la sábana ligera. / Apacenté
los hijos ajenos, colmé el troje / con los trigos divinos, y solo de Ti espero,
/ ¡Padre Nuestro que estás en los cielos!, recoge / mi cabeza mendiga, si en
esta noche muero.” Y en La mujer estéril se
impreca sin piedad… “La mujer que no mece a un hijo en el regazo, / cuyo calor
y aroma alcance a sus entrañas, / tiene una laxitud de mundo entre los brazos;
/ todo su corazón congoja inmensa baña… / Con doble temblor oye el viento en
los cipreses. / ¡Y una mendiga grávida, cuyo seno florece / cual la parva de enero, de vergüenza la
cubre!” Gabriela Mistral refulge por su sinceridad “igual que las humaredas /
yo no soy llama, ni brasa…” En 1945 la Academia Sueca cuando le
concede el Nobel de Literatura así dijo: la poesía de Gabriela Mistral es
“lirismo inspirado por un vigoroso sentimiento; lirismo que ha hecho del nombre
de la poetisa un símbolo del idealismo del mundo latinoamericano…”