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domingo, 5 de enero de 2014

Flojeras y decisiones



Flojeras y decisiones

     Cierta vez, cuando estudiaba tercer año de bachillerato, sentí ganas de no seguir estudiando, y desde muy pequeño me he tomado mi tiempo a solas, para pensar y aclarar mis ideas y mis impulsos, opté por irme apartado en la parte de atrás del patio de la casa, ubicada en Merecurito, frente a la carretera nacional, aquí viví con mis padres los últimos años de primaria y todo el bachillerato, que empecé y culminé en el liceo Humboldt, y ahí frente al terreno donde estaba el depósito de materiales del Instituto Nacional de Obras Sanitarias (I. N. O. S.), me senté en la acera externa de la letrina, y me hice la reflexión de que si no seguía estudiando, el tiempo iba a seguir pasando, al igual si seguía estudiando, y que si dejaba de estudiar, más tarde al pasar el tiempo me iba a lamentar, mirando como mis compañeros se graduaban, se iban a la universidad y se hacían profesionales, así que lo mejor para mí en mi condición de pobre era que siguiera estudiando, y así lo hice, dejé a un lado para siempre la flojera por el estudio, y lo que sí puedo decir es que desde cuando llegué al mundo de la lectura, en ningún momento me he apartado de ella, desde mis años de primaria recuerdo mis primeras lecturas, una de ellas De la Tierra a la Luna, escrita por Julio Verne, y que me la gané junto con otros libros, después de completar un álbum con cromos alusivos a la Independencia de Venezuela, también quiero escribir que cuando estudiaba sexto grado, fue una mañana la maestra de cuarto grado, Alina Parra, vendiendo a un bolívar la acción de una rifa, que consistía en tres premios, el tercero era un balón de voleibol, el segundo no recuerdo, y el primero era un Pequeño Diccionario Larousse Ilustrado, mi maestra de sexto grado Ermila Camacho me anotó, al día siguiente pagué y unos días después se efectuó la rifa en la Dirección del Plantel, cuando me tocó a mí, lancé tres veces los dados y la suma fue de 47, me dijeron que hasta ese momento era el puntaje más alto, pasaron los días y una mañana llegó la maestra Alina Parra con el primer premio hasta mi salón, y me llamaron porque me lo había ganado yo, eso fue en 1966, me lo llevé a Mérida y lo conservé hasta 1980, cuando se lo regalé a una amiga estudiante de Medicina de Calabozo…