El boche al real
Ese día
salí de la sastrería donde yo trabajaba, después de haber cumplido con mi labor
de la mañana hasta el mediodía… Iba caminando rumbo a mi casa, iba muy
entretenido lanzando una piedra, como si fuera un jugador de bolas criollas, a
cuanta cosa veía delante de mí, me cuadraba, afinaba la puntería, y le lanzaba
la piedra a pote, papel, o a algún mango… Así iba cuando de pronto miré que
algo brillaba frente a mí, me volví a cuadrar, de la manera como lo hace un
bochador derecho, lancé la piedra, le acerté y fui corriendo para ver a qué
cosa le había pegado, y qué sorpresa y alegría las que me llevé, la piedra del
boche había caído justo sobre un real (moneda de 50 céntimos)… A las dos
cuadras estaba mi casa, cuando apenas llegué, le conté a mi mamá, luego me bañé,
me vestí, almorcé y me fui a la escuela “Ramón Francisco Feo”, donde estudiaba
Quinto Grado… Sabía que con ese real tenía para comprar la merienda, el
refresco y los dos panes rellenos… Recuerdo que era una tarde calurosa, los
árboles de mango estaban cubiertos de flores y a lo lejos se divisaban algunas
nubes anunciadoras de la temporada de lluvias… También le conté a la maestra
“Lolita” el suceso del boche, ella sonrió y como tantas veces me volvió a
insistir para que yo le dedicara tiempo a la lectura, ella constantemente me
motivaba para que leyera y escribiera, y además me decía que yo tenía
habilidades natas para ambas actividades, tanto era así que cada tarde me
asignaba alguna lectura en el salón, y luego me hacía que escribiera en el
cuaderno algo respecto a la lectura hecha o acerca de lo que yo quisiera
contar… Cuando yo terminaba de escribir, le entregaba el cuaderno, ella leía y
después se lo llevaba a la maestra de la otra sección, y le ponderaba mis facilidades
de lectura y escritura… Ella fue la maestra que más cariño me ofrendó, de eso
ha transcurrido más de medio siglo y no la olvido, ella aún vive en este pueblo de mangos,
ciruelos, arroz y resolanas, como tampoco olvido el boche al real, mientras iba
de la sastrería a mi casa…
El suspiro
de vida de cada uno de nosotros se teje de sorprendentes o insólitas
causalidades, pequeños o grandes sucesos, complejos, sencillos o hermosos como
la flor de bora, ese ingrávido nenúfar sobre las lagunas o ríos llaneros… Dios
quiera y siembre en nuestros espíritus la magia de la alegría, y ese milagro de
fe antes de dormirnos y de volver a abrir los ojos con cada nuevo amanecer…