Demos en silencio
No he sufrido hambre, pienso que sufrirla
debe ser fatal como laberinto de Minos… Sí perdí la cuenta de la cantidad de
veces que no he tenido para desayunar, almorzar o cenar… En Mérida me divorcié
por primera vez, me mudé solo a una casita en la Pedregosa arriba, y hubo
veces en la noche, cuando me acostaba sin cenar, porque no tenía ni un céntimo,
y me levantaba a mirar en la cocina, y solo había agua en el grifo, llenaba un
vaso de agua y me lo tomaba, y recuerdo que me levantaba varias veces, es como
si la falta de comida nos resta cordura…
Afuera frente a la casita estaban unos
rosales que florecían rosas rosadas de suave fragancia, mi amiga Mariela me
visitó una vez, yo no estaba, y después me dijo cómo le habían gustado los
rosales, también había un orégano de hojas menudas, oloroso y buen condimento
para la sazón de las comidas… La gente que había estado alquilada anteriormente
dejó un perro, y me hizo compañía fuera de la casa, no lo dejaba entrar, se
echaba en la parte de atrás y ladraba, nos acompañábamos con respeto… Un poco
más allá, no muy lejos de la casita estaba un moral, daba unas moras grandes
agridulces y muy sabrosas, y también por ahí un poquito más allá del moral
pasaba el río la Pedregosa ,
yo me iba hasta él y como habían hecho una poza honda y grande, me lanzaba al
agua fría y agradable…
Ahí en la casita disfrutaba de una vista
maravillosa, salía a la puerta y podía mirar la cresta de la sierra nevada, y
qué espectáculo mágico y sin par cuando nieva sobre la montaña… Las veces que
no he tenido para desayunar, almorzar o cenar, no me crea nostalgias, me lleva
a comprender que si podemos dar a gente que sufre tantas privaciones, demos en
silencio, sin que la mano izquierda se entere de lo que ofrenda la derecha…