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miércoles, 10 de agosto de 2016

Antonio Estévez Músico por intrincado camino de luz


Antonio Estévez    Músico por intrincado camino de luz

       Una de nuestras carencias es la falta de querencia por lo nuestro, y de manera específica padecemos la carencia de la escasa difusión literaria y musical de nuestros creadores de escritura y de música; y como garúa en tiempo de lluvias Vitrales Editorial, en la Colección Índigo, publicó en 1985,  en Caracas, Florentino y el Diablo, las tres versiones completas de 1940 -1950 y 1957, poema de Alberto Arvelo Torrealba; digo, garúa en tiempo de lluvias, porque esta obra como tantas otras de real valía cultural no vuelven a ser editadas; y a esto se suma otra de nuestras carencias el poco porcentaje de lectores cotidianos en nuestro país; y es así cómo de esta edición de 1950 transcribo buen fragmento de la carta que le escribe Alberto Arvelo Torrealba al maestro villatodosantino Antonio Estévez, después de que este dirigiera la Cantata Criolla, de la cual él también es el creador; esas letras sentidas con un poco más de medio siglo de Arvelo Torrealba, Dios quiera y ocupen, sobre todo en los niños y jóvenes de este inicio del tercer milenio, más tiempo en sus curiosidades cotidianas que el Pokemon Go de estos días que vivimos  


Carta de Alberto Arvelo Torrealba a Antonio Estévez
(Publicada como carta pública en el diario El Universal de Caracas, el   13 de diciembre de 1961).


Acarigua, 6 de diciembre de 1961

Señor
Profesor Antonio Estévez
Caracas.

Querido y admirado amigo:

       Conocía su estupenda Cantata Criolla sólo por grabaciones. Hoy, después de haberla escuchado en el estadio de Maracay,con intervención de la Orquesta Sinfónica de Venezuela, de los solistas Antonio Lauro y Teo Capriles y de varios selectos grupos corales de Caracas; y tras el cordial entusiasmo con que usted, su gentil esposa y todos los artistas del proscenio nos agasaron después del acto a mí y a mi mujer, al reconocernos entre la multitud, quiero reiterar y ampliar por escrito lo que en esa oportunidad esbocé en breves palabras imprevistas.
       Convalecía entonces de fuertes quebrantos en mi salud, y la emoción, es cierto, halló campo favorable para conmoverme en forma inusitada al comienzo del acto, casi hasta inhibirme de gozarlo en plenitud. Esa sacudida afectiva se revivió en los episodios del aljibe de arena. Pero contrariamente a lo que podía presumirse, cuando resonaron los cascos del caballo, heraldos del vaquero sombrío; cuando el solo de Lauro, trágico y desafiante, hondo de llanería diablesca, encarnó la presencia del espanto, y los coros la tremoliaron hasta desvanecerla; y sobre todo, cuando la voz de Capriles, inmensa y solitaria, estiró aquel sabana, sabana, tierra que hace sudar y querer, como enrumbada hacia las señeras soledades sin jorobas; entonces aspiré una saludable sensación del patio familiar tranquilo. Entré en mi mundo. Me di cuenta de que aquella era la misma gente mía, mis propios hijos mayores, a quienes puse una vez a pelear por prepotencias ideales, y que ahora tornan a mí, vestidos de gala, ricos y enaltecidos, pero con el mismo amor y el mismo dolor de la patria con que de mí se fueron.
       Mucho debe mi poesía a los preclaros músicos y compositores que la han interpretado. Majadero inquisidor de mis propios versos, aun de aquellos ya incorporados a mis libros, creo, sin embargo, que la mínima retribución al regalo de un aire musical selecto para una poesía, es menester a ésta intocada, inmune a la propia incorfomidad, como reverencia espiritual a la música que la enaltece. Tal regla, con todo, he dejado de cumplirla con respecto a Florentino el que cantó con el Diablo. Hecho por el cual debo a usted y al público una explicación.
       A principios de 1950, decidí reestructurar la versión originaria de ese poema, para darla a la edición extraordinaria de El Nacional de ese año. Como quedaban pocos meses para el arreglo, y dado el carácter antagónico de los personajes, procedí, en fiel introversión de sus fueros, a darles plazo fijo para presentar su pliego de puntas, réplicas y contrarréplicas en la ampliación de la porfía. Vencido ese lapso, con el juicio contradictorio de los copistas aún en fogueo, di por clausurada la nueva versión y la mandé puntualmente al periódico. Pero los pensamientos rivales quedaron trabajando, en los términos toldados del subconsciente. –Ardides del decir, retruques, saetas, refranes alusivos, retruécanos, alardeos epigramáticos, se multiplicaban, esgrimidos por los contrincantes, en clave recíproca. En virtud de esa íntima querella, a raíz de publicada la nueva versión, ya se gestaba otra de mayor amplitud, aun sin yo quererlo.
       Para ese momento –agosto de 1950- según me lo explicaba en Roma el insigne Profesor Plaza, ya usted tenía casi lista la CANTATA CRIOLLA. Acaecieron, a partir de entonces, varios hechos artísticos extraordinarios.
       En primer lugar, usted se impuso la tarea titánica, perdiendo quizás varios años de trabajo, de rehacer la partitura, precisamente en la parte de la misma que debía llevarle más tiempo : todo el Reto más el comienzo de la Porfía. De este modo, la CANTATA CRIOLLA, interpretaba, en su mitad inicial la versión de 1950, mientras que el resto de la obra, quedaba sin cambios de fondo, concordado a la versión originaria de 1941.
       Por otra parte, al estrenar usted su obra, la música rebalsó la poesía. Por el cauce estrecho de mi Apure coplero , usted puso a correr el Orinoco de su fantástica imaginación musical. A los versos del contrapunteo se asociaron, despertando sugestiones insospechadas, los austeros contornos de las melodías. A cada lado de las estrofas interpretadas, y por ende a la vera de todo el poema, quedaron, por magia de la música, cual en la vecindad de los ríos después de las crecidas, inmensos charcos luminosos, grávidos de imágenes inéditas. Por eso en los últimos toques que di a mi obra al forjar en 1957 la versión definitiva, tuvo que haber algo, acaso mucho de interpretación a esos ecos de su interpretación.
       Finalmente esa música, como una clarinada, como un alerta de gallos madrugueros, reactivó el espíritu combativo de mis personajes. Y sucedió lo que tenía que suceder: en la nueva planificación de la obra los copleros rivales, en contumacia casi anárquica, se prevalieron de mi entusiasmo, para desbocarse en el desahogo ilimitado de sus argumentos reprimidos.
       Así nació, con posterioridad a la CANTATA CRIOLLA, la versión última de mi poema…
       Siento mucho, mi distinguido amigo, que no me sea fiable finalizar esta carta con un juicio técnicamente apreciativo de su gran obra, por ser yo un perfecto profano en la especialidad artística donde usted campea. Mi vieja llanería sí puede, en cambio, intuir la siguiente apreciación objetiva:
       Armonizando antítesis, como en dialéctica de embrujo, su Cantata se nos revela sosegadora e inquietante, llana y profunda, universal y criolla, popular y erudita, real y fantasmágorica. Su fondo permanente es rebeldía. Su fuerza humana, la virtualidad de conmover muchedumbres y de pasmar maestros. Su proeza artística, hacernos oír, bajo el cielo de América, con virgen voz americana, el ronco son de remos con que aun golpean a los siglos los trágicos barqueros de la Estigia y del Aqueronte. Dentro de lo musical, la concurrencia de esos rasgos típica el signo demoníaco. Lo cual da a usted sitio de honor entre los grandes músicos de inspiración diabólica que patrullea Paganini.
           De usted, cordialmente,
                                           
                                              Alberto Arvelo Torrealba
    

       Antonio Estévez es un desconocido en nuestro país, si queremos conocer algo de este insigne maestro de música y de composición musical vayamos a encontranos con otra garúa en tiempo de lluvias, la Biblioteca Ayacucho publicó en mil novecientos ochenta y dos, en Caracas Iconografía de Antonio Estévez, y en esta aparece de prólogo la Biografía e interpretación de la Obra, escrita por José Balza; y si nos topamos con esta joya literaria, sorpresa, ahí podemos leer al final como nota epílogo este escrito del villatodosantino y mundial músico


Los Intelectuales y su Compromiso                               Antonio Estévez

La clasificación de intelectual es un término que es bastante vago, según mi manera de verlo, porque intelectual es toda persona que tiene una actividad donde el intelecto funcione, ya sea en ciencia, en arte, religión, política, filosofía, y en todas las actividades del pensamiento humano.
En lo que concierne al arte y, específicamente, lo que me atañe a mí, que es la parte musical, y obedeciendo a la pregunta amplia de si el artista está comprometido con la sociedad, con su país, con la cultura, con los movimientos que rigen un poco la conciencia de estas personas en el ámbito universal, siempre hay un compromiso. Lo que pasa es que esto se ha tergiversado un poco hoy, se ha creado una especie de compromiso de tipo político, compromiso con una línea política determinada. No se puede decir que esto sea negativo ni tampoco que sea positivo; sino que aquéllos que estén afiliados a una ideología, a un carnet, a un partido, sobre todo si ese partido tiene tendencia predominantemente totalitaria, entonces, es posible que el artista acceda a doblegar su criterio individual y subjetivo,  su libertad de creación, que dicho criterio no sea respetado. Y yo creo que cada quien hace con su conciencia y con su cerebro lo que le parece.
Todo esto no quiere decir que cualquier creación artística no esté comprometida; lo está: con la cultura, con el país, con todos los pueblos, con todo el pensamiento humano. Lo que pasa es que se quiere dar un viso de que es un arte alejado de la sociedad o algo muy particular del artista. He dicho que toda creación artística está comprometida, pero de eso a que el artista tenga que hacer cierto tipo de arte porque es lo que conviene o lo reclama una determinada ideología, creo que hay un largo trecho. Yo hago lo que creo que debo hacer con toda mi libertad de pensamiento, con toda mi actitud frente a la responsabilidad, primero ante mi conciencia y después ante las circunstancias, los estilos, las condiciones de mi época…
Se ha criticado mucho que el arte es elitesco no solamente aquí, sino en todo Occidente, que se produce para ciertas clases privilegiadas o ciertas clases que están en condiciones de asimilar, vivir, sentir esas expresiones artísticas. Según mi punto de vista, el arte sí hay que catalogarlo en esa forma; lamentablemente, el arte es un poco elitesco. Creo yo que existe diferencia entre una obra de arte y cualquiera otra expresión artística enmarcada dentro de lo que se denomina arte popular, arte folklórico. Siempre hay una tendencia por parte del público consumidor a irse por la cosa fácil, que no tenga que trabajar mucho, sino gozarlo y vivirlo, oírlo, verlo o leerlo sin hacer mucho esfuerzo. Esto no quiere decir que el arte popular sea menos o más que cualquier otra expresión de arte erudito, elaborado, pensado. Sin intención de menospreciar, de marginar, sin dejar de reconocer que el arte popular es también expresión del hombre, el artista en el momento de creación una de las cosas que se plantea es que su obra esté imbuida de ese mejor concepto del hombre, que resume lo mejor que el hombre ha acumulado a través de su historia, desde los griegos hasta nuestros días. Esa es, a mi juicio, la diferencia que existe entre una obra de arte que puede perdurar, que puede tener un mañana relativo o grande, y otras manifestaciones artísticas que son pasajeras, que alimentan la moda y que a veces llegan a lo trivial, a los lugares comunes.
Realmente hay una diferencia, porque si no todos nos dedicaríamos a hacer arte erudito, elitesco, para determinada clase; o bien, nos dedicaríamos a escribir música de la que se oye en casi todas las partes del mundo: música fácil.
Ser artista no es un privilegio; es un compromiso, una responsabilidad con la cultura, con el país, con el mundo.



       El villatodosantino Antonio Estévez comienza a andar desde muy joven intrincado camino de luz, seis es una hora de amanecer o de atardecer, y seis numerado y seis por derecho son notas de ritmos que vuelan en el arpa, cuando es interpretada por arpistas de la estirpe de Ignacio Indio Figueredo, de José Joseíto Romero Morillo, o de Lucio Mendoza, y aquí en forma de cuña damos respuesta a Ilan Chester que en Llanos Tesoros de la música venezolana dice que de Lucio Mendoza, autor de la música de Cajón de Arauca Apureño,  luego de mucho investigar y preguntar, nada pudimos precisar sobre su trayectoria, y se da la buena circunstancia de que quien esto escribe, Adelfo Morillo soy primo de Lucio Mendoza; y es porque cuando nos soltamos a atravesar los caminos del llano, en cualquier estero, mata, laguna, río o sabana nos encontramos con los ecos de lejos o de cerca de sonidos y de voces, que se fueron enlazando en las tantas inquietudes, curiosidades y búsquedas de Antonio Estévez, él desde muy pequeño empieza por desandar nuevos rumbos, le inquieta el zumbidoulular de las chicharras, curiosea en las aguas que son chapoteadas a pie, a caballo, en curiara o en bongo, y nunca deja de buscar el sonido que salpica en lluvias, chubascos o en el cuenco cuando cae trambucando en el agua del jagüey; el villatodosantino Antonio Estévez caminaba, con inquietudes, curiosidades y búsquedas, y no sospechaba que andaba haciendo historia, y si nos detemos a escuchar, percibiremos su real historia musical, porque así lo pregona ahora cada voz ronca del bordón en el arpa, y lo confirma el gallo con su canto que se va en cantilena continua con el aire hasta el gallo de allá y el de más allá, porque mientras Antonio Estévez tuvo aliento no le dio tregua a sus inquietudes, curiosidades y búsquedas; creaba, y seguía buscando en el sonido que hacen las abejas en la colmena, en el canto de la pavita o del cucarachero madruguero, y es así como tan excepcional músico crea la Cantata Criolla, y la rebasa, y sigue curioseando nuevas búsquedas, y él hablaba de su alma de tormentos, no de dolores sino de amores por encontrar nuevos acordes y otras mieles para la composición, y siempre lo cautivaron los sonidos, desde los más ordinarios hasta los más sutiles de la abstracción, y siguió buscando en los zumbidos que hacen los trompos y zarandas cuando bailan, en el ronco y lejano tañer de campanario de aldea, en el sonido del cuatro, en el repiqueteo de las maracas, y en el sonido en sabana abierta de truenos fieros y de rayos por sobre los esteros, y seguramente también buscó en los sonidos del bongo que tiene un golpe sombrío; y sí, este villatodosantino Antonio Estévez aun persiste en andar intrincado camino de luz, y sin dudas por eso sigue siendo un desconocido aquí en su terruño Villa de Todos los Santos de Calabozo, y a lo largo y ancho de nuestro país, Venezuela; porque son tantas nuestras carencias, no somos lectores, y a los grandes venezolanos y venezolanas en vida de ellos no sabemos rendirle reconocimientos ni honores, y por eso a más de veinticinco años de haberse ido de este mundo físico, todavía no sabemos cómo rendirle glorias a tan insigne villatodosantino, Antonio Estévez…

                                                                                           Adelfo Morillo