Andanza por nuestro
idioma 18
Cuando los niños están empezando a
caminar, todavía escuchamos decir sobre todo a las madres Caminando, caminando, la
Virgen te va ayudando…, y nosotros caminando llegamos a
un patio donde jugaban bolas criollas, arrimaban y bochaban, y escuchamos
varias veces boche, proveniente de la palabra italiana boccia, y me vino a la memoria el mediodía, cuando salí de la
sastrería, donde yo trabajaba en el turno de la mañana, terminaba de cumplir
con mi labor, me fui caminando rumbo a
mi casa, iba muy entretenido lanzando piedras, como si fuera un jugador de
bolas criollas, y a cuanta cosa veía delante de mí, me cuadraba, afinaba la
puntería, y le lanzaba la piedra a pote, papel, o a algún mango… Así iba,
cuando de pronto miré que algo brillaba a varios pasos frente a mí, me volví a
cuadrar, de la manera como lo hace un bochador derecho, lancé la piedra, le
acerté a esa cosa que brillaba, y fui corriendo para ver a qué le había pegado,
y qué sorpresa y alegría las que me llevé, la piedra del boche había caído
justo sobre un real de plata, moneda de 50 céntimos… A dos cuadras estaba mi
casa, cuando apenas llegué, le conté a mi mamá, luego me bañé, me vestí,
almorcé y me fui a la escuela Ramón
Francisco Feo, donde estudiaba Quinto Grado… Sabía que con ese real tenía
para comprar la merienda, un refresco y dos panes rellenos… Recuerdo que era
una tarde calurosa, los árboles de mango estaban cubiertos de flores y a lo
lejos se divisaban algunas nubes anunciadoras de la temporada de lluvias…
También le conté a la maestra Lolita el
suceso del boche, ella sonrió y como tantas veces me volvió a insistir, para
que yo le dedicara tiempo a la lectura, ella constantemente me motivaba para
que leyera y escribiera, y además me decía que yo tenía habilidades natas para
ambas actividades, tanto era así que cada tarde me asignaba alguna lectura en
el salón, y luego me hacía que escribiera en el cuaderno algo respecto a la
lectura hecha o acerca de lo que yo quisiera contar… Cuando yo terminaba de
escribir, le entregaba el cuaderno, ella leía y después se lo llevaba a la
maestra de la otra sección, y le ponderaba mis facilidades de lectura y de
escritura… Ella fue la maestra que más cariño me ofrendó, de eso ha
transcurrido más de medio siglo y no la olvido,
ella aún vive en este pueblo de mangos, ciruelos, arroz y resolanas,
como tampoco olvido el boche al real, mientras iba de la sastrería a mi casa…
El suspiro
de vida de cada uno de nosotros se teje de sorprendentes o insólitas causalidades,
pequeños o grandes sucesos, complejos, sencillos o hermosos como la flor de
bora, ese ingrávido nenúfar sobre las lagunas o ríos llaneros… Dios quiera y
siembre en nuestros espíritus la magia de la alegría, y ese acto de fe antes de
dormirnos y el milagro de volver a abrir los ojos con cada nuevo amanecer…